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lunes, 12 de noviembre de 2012

Tenemos chico nuevo en la clase

Esta mañana, Clara vino a recogerme a casa para ir juntas al colegio. Normalmente me acompaña mi papá. Pero hoy tenía que ir al médico, así que le pidió a la tía de Clara si podía ir con ellas. Por supuesto nosotras estábamos encantadas, ya que nos gustaba mucho estar juntas desde la primera hora del día. Si por mí fuera, papá podría ir al doctor todos los días.

Nada más terminar el desayuno, salí rápidamente por la puerta, ya que ellas ya me esperaban en el portal. Al llegar, las saludé con un “buenos días” para dirigirnos calle arriba hacía la escuela. Por el camino Clara y yo charlábamos animadamente de nuestras cosas, cuando de pronto ella me preguntó:

-Todavía falta un niño por incorporarse a nuestra clase ¿Cómo crees que será?

-Es verdad, no me acordaba. Pues no sé, pero que más da -respondí.

-Es curiosidad María, a lo mejor es un niño gracioso y nos reímos un montón en clase con él -me dijo.

-Me parece que lo que tú quieres saber es si es guapo, ¿verdad? -pregunté con ironía.

-¿Qué dices? No, no, a mí eso no me importa…bueno un poco sí -me confesó, finalmente en voz baja.

Al oírla, comencé a reírme a carcajadas. En un primer momento se quedó sorprendida ante mi reacción, pero unos segundos más tarde se unió a mí y ya no pudimos parar. Hasta su tía se contagió de nuestras risas ¡y eso que ella no sabía de qué se reía! Esto provocó que las tres nos riésemos todavía más, y con esta alegría, llegamos al colegio, nos despedimos de su tía y corriendo cruzamos el patio.

Nada más entrar en la clase se nos acercó Alicia, una de las niñas nuevas. Las tres nos habíamos hecho buenas amigas, sobre todo desde que nos contó lo mal que se sentía porque sus padres estaban separándose. Ellos mantenían una pequeña guerra para ganarse su cariño. La madre no quería que viese al padre e intentaba envenenarla en su contra. Ambos olvidaban que lo que realmente le importaba a Alicia era que los dos la quisieran tanto como ella les quería a ellos. Pero esta mañana, después de varias semanas de tristeza, por fin la notamos alegre.

-Buenos días chicas -nos saludó muy sonriente.

-Hola Alicia ¿Qué contenta estás? ¿Ha ocurrido algo? -preguntamos curiosas.

-Es cierto, estoy feliz. Mis padres han llegado a un acuerdo y podré ver a mi papá todos los fines de semana ¿a que es genial? -nos dijo emocionada.

-Como nos alegramos por ti -le dijimos al unísono mientras nos abrazábamos las tres.

-Gracias chicas, sois unas buenas amigas. Sobre todo tú María, porque lo que le dijiste a mi madre el otro día fue decisivo para que las cosas cambiarán -nos explicó visiblemente emocionada.

Con estas buenas noticias nos sentimos tan felices por ella, que no nos dimos cuenta de que la señorita Paula había entrado en el aula y llevaba un rato diciéndonos que nos sentásemos. Una vez en nuestros sitios, nuestra profesora nos comunicó que hoy se incorporaría el nuevo alumno que nos faltaba. Nos explicó que había estado enfermo y por eso que no había podido venir antes. Fue en ese momento cuando alguien llamó a la puerta de la clase.

-Adelante -indicó nuestra maestra mientras todos nos girábamos para ver quién era.

-Buenos días -dijo un niño asomando su cara y sonriendo con entusiasmo. En ese instante y desde mi pupitre, no logré verlo con claridad, pero cuando giró la cabeza hacia a la clase sentí que el corazón me daba un vuelco.

-Buenos días, pasa por favor -dijo la señorita Paula-. Niños os presento a Lucas, a partir de ahora será vuestro nuevo compañero.

No me lo podía creer...ni Clara tampoco. Este era el niño que habíamos conocido hacía unos meses y que nada más verlo me hacía sentir un extraño cosquilleo en el estómago. No sé qué me pasaba con él, era algo raro y que no lograba entender. Aunque lo peor de todo era lo mal que se llevaba con Clara. No sé muy bien por qué, pero cuanto más me gustaba a mí, menos le gustaba a ella ¡Ay pobre! Con la ilusión que le hacía el chico nuevo.

La señorita Paula lo acompañó a su pupitre y al pasar por mi lado, me hizo un guiño. En ese momento sentí como me ponía colorada. Las piernas comenzaron a temblarme y no sabía muy bien para dónde mirar. Lucas se sentó delante de mí, y una vez colocado se giró y me dijo: “creo que este curso va a ser uno de los mejores”

martes, 23 de octubre de 2012

El domingo por la tarde fuimos a votar

El domingo pasado no fue como los otros domingos. Normalmente, por las tardes solemos salir a pasear, miramos escaparates, me llevan al parque y terminamos tomando algo en la terraza de alguna cafetería. Pero esta vez papá dijo que haríamos algo diferente: iríamos a votar. Durante un rato me quedé pensando cómo querría hacerlo. Quizás ayudados por una cuerda o simplemente daríamos saltos por la calle. Sentía curiosidad por las repentinas ganas que le habían entrado a papá por saltar. Ya me imaginaba una maravillosa tarde de saltos en familia. Pero pronto me di cuenta, que el “votar” al que papá se refería no tenía nada que ver con la diversión que había imaginado.

Fue al terminar de comer cuando papá nos explicó que iríamos al colegio para votar ¿Cómo que al colegio? pregunté sorprendida. Entonces me contó que este domingo era día de elecciones y que la gente iba a las escuelas para elegir qué políticos nos gobernarían los próximos cuatro años, a eso le llamaban votar. ¡Qué desilusión! Y yo pensando en saltar toda la tarde y resulta que al final era una cosa de mayores ¡Menudo rollo!

Una vez llegamos al colegio, nos dirigimos hacia el polideportivo. Allí habían instalado unas mesas, en las cuales habían colocado unas cajas plásticas transparentes. En la parte de arriba tenían una ranura, y pensándolo bien, se parecían mucho a una hucha, pero más grande. Sin embargo no se utilizaban para guardar dinero, ya que según me explicó papá, por aquella ranura era por donde se introducía la papeleta con la que votabas. Ahora entiendo por qué estaban llenas de sobres, y yo que pensaba que la gente las había confundido con un buzón de correos…en fin. En la mesa principal estaba la señorita Paula, mi profesora. Al verla, corrí a saludarla.

-¡Hola María! ¿Tú también has venido a votar? -me preguntó con una sonrisa.

-Ya me gustaría, pero no me dejan. Dice mi papá que tengo que ser mayor para hacerlo -le contesté.

En ese momento unos ladridos nerviosos interrumpieron nuestra conversación. Me giré rápidamente, aunque ya sabía quién era. Por supuesto era mi amiguito Iker, el perrito de nuestro vecino Hugo, que iba acompañado de sus padres, ya que estos también habían ido a votar. El animalito al verme se puso a dar tirones a su correa, tantos, que casi tira a su dueño, lo que provocó algunas risas. Pero primero lo saludé a él y a sus padres, para finalmente acercarme al perrito, para acariciarlo. Este se puso muy contento, dando saltos, lametones y moviendo su rabito sin parar. Mientras le hacía mimitos comencé a escuchar como mi padre y el de Hugo hablaban de las elecciones y de lo importante que era votar. También se lamentaban porque la crisis estaba haciendo mucho daño a las familias, faltaba el trabajo y las cosas cada vez costaban más caras.

-¿Y por qué en vez de quejaros tanto no hacéis algo para que las cosas cambien? -pregunté de pronto.

-Bueno María, eso no es tan fácil. Pero mira venir a votar ya es una forma de intentar cambiarlas. Además esto nos da la oportunidad de elegir políticos que puedan mejorar la situación actual -contestó mi papá sorprendido ante mi inesperada pregunta.

-Pues que bien, así podrán destruir a la Señora Crisis y la gente volverá a tener trabajo y esas cosas -dije muy convencida.

-Esa es la idea, que entre todos podamos terminar con esta situación y las cosas comiencen a mejorar -habló el padre de Hugo.

-Entonces por qué los políticos que nos gobiernan no hacen lo posible para terminar con la Señora Crisis, al fin y al cabo ella es mala y nos afecta a todos -razoné.

-Sí nena, es mala, y precisamente eso tienen que hacer los políticos, terminar con ella. Además, está perjudicando sobre todo a los que menos tienen. Porque son los que al final terminan pagando las cosas que se hicieron mal, con subidas de impuestos, recortes, etc. ¿entiendes cariño? -me explicó.

La verdad es que entender, entendía, pero tan solo sus palabras. Porque lo que decía en ellas…pues no. Para mi las cosas eran mucho más sencillas. Si los que gobiernan lo hacen mal, pues se cambian y punto. Se eligen otros que lo hagan mejor y que miren por los derechos de las personas. Otros que consigan que mi papá y otros papas y mamas tengan trabajo para poder pagar sus facturas. Otros que no recorten en educación, sino que inviertan en ella para que los niños podamos tener más oportunidades cuando seamos mayores. Otros que nos ayuden cuando estemos enfermos con más médicos y mejores. Otros que sepan terminar con la Señora Crisis y todo el mal que la rodea. Otros que acaben con la pobreza y que repartan la riqueza entre todos.

Definitivamente no comprendo para qué sirven unas elecciones si las cosas no van a cambiar, si la gente no pelea por lo que quiere ¿Quién lo hará? El mundo de los mayores me parece absurdo, además de complicado. Solo espero que cuando yo sea mayor las cosas sean diferentes porque si no lo son, os aseguro que yo las cambiaré. No pienso quedarme quieta mientras se cometen injusticias.

martes, 16 de octubre de 2012

Quiero a mi papá igual que a mi mamá

Tan solo hace un mes que empezaron las clases y da la sensación de que el verano ya queda muy lejos. En estas primeras semanas en las que apenas tuvimos deberes, dedicamos la mayor parte del tiempo a contarnos nuestras vacaciones y a conocer a los nuevos compañeros. Este año teníamos cuatro alumnos nuevos, tres niñas y un niño. Este último aún no se incorporó, así que comenzamos conociendo a las niñas. Al principio estaban algo incómodas porque no conocían nada, pero poco a poco se han ido integrando con el resto de la clase. Bueno todas menos una, Alicia que así se llama y casualmente se sienta entre Clara y yo.

Alicia apenas hablaba con nadie, se pasaba callada todo el tiempo y con la mirada perdida. Era como si no estuviese allí, como si su cabeza volase a otro sitio. No sé pero me daba la impresión de que algo le preocupaba y la entristecía. A pesar de todos los esfuerzos de la señorita Paula, nuestra profesora, para que hablase y colaborase con el resto de la clase, todo parecía inútil. La niña apenas respondía con monosílabos para luego volver a meterse en su mundo particular.

Durante los recreos, las cosas no mejoraban mucho. Todos los días se ponía en una esquina del patio y no hablaba con nadie. Siempre llevaba una libretita rosa donde anotaba cosas. La verdad es que a mí empezaba a darme pena y me intrigaba, así que decidí que esto tenía que terminar. Hoy averiguaría qué le pasaba y justo cuando iba a decírselo a Clara esta reaccionó

-Es un poco rara esta niña ¿no te parece?

-Vaya que casualidad, ni que me leyeses el pensamiento -respondí sorprendida.

-¿Ah si? ¿No me digas que pensabas lo mismo? -me preguntó.

-Bueno, algo parecido. Creo que deberíamos hacernos sus amigas, pero no sé creo que algo le pasa -le dije.

-A lo mejor es que es muy tímida y le cuesta relacionarse. Pero tienes razón, hablemos con ella y a ver qué nos cuenta -dijo Clara.

Así fue como nos acercamos a ella y comenzamos saludándola. Al principio se quedo un poco sorprendida, pero nosotras seguimos hablándole como si nada. Nos presentamos otra vez, le contamos que éramos buenas amigas y que nos gustaría que ella también se uniese a nosotras. Hasta Clara, que no era muy partidaria de quedar con nadie que no fuese yo, la invitó a ir con nosotras al parque a patinar.

Aunque le costó un poco abrirse a nosotras, la verdad es que cuando lo hizo descubrimos que era una niña encantadora. Durante toda la semana pasada fuimos juntas al colegio, jugábamos en los recreos y lo pasábamos muy bien. Pero había algo que a mí seguía preocupándome, parecía como si ocultase algo, un secreto…no sé. El caso es que hoy decidí descubrirlo, ya que creo que tenemos la confianza suficiente para que pueda contarme lo que le pasa. Por eso cuando salimos al recreo, nos fuimos hacia una esquina y allí comencé mi interrogatorio

-Alicia quería preguntarte algo y me gustaría que me dijeses la verdad. Somos amigas y las amigas se ayudan, además puedes confiar en mí.

-Perdona María pero no te entiendo -contestó ella algo sorprendida.

-Sé que te pasa algo, te noto triste y me encantaría poder ayudarte, pero no puedo mientras no me lo cuentes -le dije.

-¡Vaya! No sabía que se me notaba tanto. Pero tienes razón, lo cierto es que tengo problemas en casa…mis padres se están separando -habló con voz triste.

-Lo siento Alicia, eso si que no me lo esperaba. Puedes contar conmigo y con Clara también para lo que necesites -concluí apenada.

Entonces nos contó que sus padres llevaban un año separados y que ella vivía con su madre. Durante este tiempo intentó llevarlo lo mejor posible, aunque era duro aceptar que no volverían a estar juntos. Pero las cosas empeoraron hace unos meses porque su madre no quiere que su padre la visite. No deja de hablarle mal de él y pone trabas cada vez que su papá va a buscarla. Ella lo pasa fatal porque adora a su padre y no entiende porque su mamá hace algo tan terrible.

-Pero eso es horrible, yo me muero si dejo de ver a mi papá. No puedo comprender porque tu mamá hace eso -le expliqué.

-Yo tampoco lo entiendo, pero a mi me hace daño y aunque intenté explicárselo, ella no me escucha.

Durante un rato nos quedamos calladas sin saber muy bien qué decir. Intenté imaginarme cómo sería mi vida sin mi papá, y solo de pensarlo, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Tenía que hacer algo, no podía mirar para otro lado, eso no iba conmigo. Así que cuando salimos de clase, bajamos juntas hacia el patio donde nos esperaban nuestros padres. También estaba la madre de Alicia, y nada más verla, me dirigí hacia ella sin pensar muy bien lo que estaba haciendo.

-¿Eres la mamá de Alicia verdad? -le pregunté.

-Sí, yo soy -me contestó.

-Encantada de conocerla, yo soy María y su hija y yo vamos juntas en la misma clase -le conté.

-Ah, muy bien. Pues un placer conocerte, me alegro de que Alicia vaya haciendo amigas -respondió con una sonrisa.

-Parece usted muy simpática, no entiendo como siendo así puede hacerle esto a su hija -le dije de pronto.

-¿Perdona? No te entiendo -señaló sorprendida.

Entonces le expliqué lo injusto que me parecía que privase a Alicia de la compañía de su padre. No sé qué razones tan terribles podría tener para hacer eso.  Ella los necesita a los dos. Bastante difícil era aceptar que sus padres ya no se querían, para encima tener que perder a uno de ellos. Le pregunté cómo se sentiría ella si le prohibiesen ver a su hija. También le dije que estaba mal lo que hacia y eso no era de buenas personas.

Durante un rato se quedó mirándome como si no pudiese creer lo que escuchaba. Agarró a Alicia de la mano y se fue sin decir palabra. Mientras mi papá que había sido testigo de todo lo que dije, se acercó y me dio un abrazo. No sé si habrá servido de algo, pero al menos creo que alguien tenía que decírselo.


martes, 25 de septiembre de 2012

En el colegio creamos un banco de libros

A pesar de que las vacaciones me encantan, ya tenía ganas de que empezase el colegio. Sobre todo para volver a encontrarme con Clara, mi mejor amiga, ya que en todo el verano apenas nos habíamos visto.

Así que ayer regresamos a la rutina de madrugar y tener que volver a estudiar. Mi papá me acompañó en este primer día y nada más llegar, me encontré con Clara. Al vernos corrimos para abrazarnos entre grititos de alegría. Rápidamente comenzamos a contarnos todo lo que habíamos hecho durante aquellos dos meses. Le expliqué con todo detalle mis vacaciones en la granja de los abuelos y lo bien que me lo había pasado con mi amiga Andrea, la niña que conocí en el pueblo. Ella también disfrutó mucho, ya que su tía la llevó a la playa y lo pasaron genial.

Después de ponernos al día, subimos a nuestra clase para reunirnos con el resto de compañeros. Una vez nos saludamos todos, fuimos poco a poco ocupando nuestros pupitres. La verdad es que estas primeras semanas de colegio son las mejores, ya que no hay deberes y las pasamos haciendo jornadas de convivencia para conocernos un poco más. Aunque  pocas cosas han cambiado con respecto al año pasado, la señorita Paula sigue siendo nuestra profesora y tan solo tenemos cuatro compañeros nuevos, tres niñas  y un niño. Este último se incorporará a nuestra clase la semana próxima. Al oír eso, todas comenzamos a cuchichear pregúntanos cómo sería el nuevo chico. Era una sensación extraña porque antes esas cosas no nos importaban y ahora nos ponemos tontas, ¿será que nos hacemos mayores?

-Bueno chicos atenderme un momentito que voy a explicaros algo -habló de pronto la profesora sacándome así de mis pensamientos-. Este año el colegio ha decidido crear un banco de libros.

-¿Un banco de libros?, ¿y eso qué es? -preguntamos sorprendidos.

Durante un rato, comencé a imaginar cómo la gente podría sentarse en un banco de libros. Recordé que en los parques y en las calles que conozco los bancos son de madera o de metal, pero nunca de libros. Luego creí que se referiría a los bancos donde se guarda el dinero, y en este caso, se guardarían libros. Pero no tenía lógica, porque para eso ya están las bibliotecas. Que lío me monté y por más vueltas que le dí no lo comprendí, menos mal que la señorita Paula terminó por explicárnoslo.

-Cada familia aportará los libros que tenga en casa de cursos pasados. Los juntaremos todos en la biblioteca y los repartiremos entre los alumnos. De esta forma el gasto que supone comprar los libros para vuestros padres será mínimo, ya que solo compraremos los que nos falten.

-Entonces ¿tenemos que traer los libros del año pasado? -preguntó Clara.

-Eso es, durante esta semana quiero que todos traigáis los libros de texto que tengáis en casa. Hasta que no los tengamos no comenzaremos a estudiar en serio -respondió la maestra.

-¡Qué bien! Pues tardaremos en traerlos así nos pasaremos el curso jugando y sin deberes -dijo uno de los niños muy contento, provocando así, las risas de los demás.

-Ya sé que no os apetece mucho trabajar después de las vacaciones, pero cuanto más tardemos en empezar, más tendremos que estudiar luego ¿lo habéis entendido? -nos preguntó nuestra profesora.

-Sí señorita -contestamos todos a la vez.

Cuando llegué a casa, les expliqué a mis padres lo que nos contó la señorita Paula. A ellos les pareció una magnifica idea y alabaron el buen hacer del colegio. Papá dijo que esa era la forma de avanzar, aprovechando los libros de texto y no comprarlos sin necesidad. Cosas así eran las que se necesitaban para salir de la crisis que tanto asfixiaba a muchas familias. Además era absurdo que cada año se comprasen libros nuevos, ¡como si cambiasen tanto las cosas! Siguió razonando que el contenido de muchas asignaturas era siempre el mismo y las variantes que había eran mínimas. Al final, si se pedían libros nuevos, no era por el bien de los niños, sino porque se beneficiaban las editoriales y algunos colegios.

Me di cuenta en ese momento que él tenía razón. Tanto hablar en las noticias de que había que apretarse el cinturón y que debíamos ahorrar para terminar con la malvada Señora Crisis, pero luego al empezar el curso escolar, muchas familias tenían que gastarse un dinero que no tenían en  comprar libros nuevos. No tiene sentido, por eso lo que va a hacer mi colegio deberían hacerlo todos, porque así no solo ayudamos a los padres sino que también reciclamos libros de texto viejos.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Mi verano con Andrea y el fin de las vacaciones

Que penita me da que ya se estén acabando las vacaciones. En poco más de una semana empezará de nuevo el colegio y todo volverá a ser lo mismo. ¡Con lo bien que estaba en la granja de mis abuelos! Después de haber pasado todo el mes de agosto con ellos, hoy regresé a casa. Nada más llegar, mamá y papá me recibieron con besos, abrazos y montones de achuchones, y aunque yo también me alegré de verles, creo que exageraron un poquito ¡Ni que me hubiese ido a la China!

Tan solo llevo un día en casa y ya echo de menos el pueblo. Allí la vida es infinitamente mejor que en la ciudad. Todo es paz y tranquilidad. Además me dejaron hacer un montón de cosas. Podía salir a la calle sin miedo al tráfico…básicamente porque no hay. Cualquier hora es buena para ir a jugar y no tenía que acostarme temprano. También me divertí con los animales de la granja: las ovejas, las vacas, los cerdos y las gallinas. Todas las mañanas ayudaba al abuelo a cuidarlos y ellos me lo agradecían en sus diferentes idiomas. Aunque lo mejor de todo, fueron las tardes en la piscina del pueblo. Mi abuela me llevaba casi todos los días para que pudiese darme un chapuzón, y poder así, hacer amistad con los otros niños. Fue allí donde conocí a Andrea.

Ella era una niña un poco diferente a los demás. Casi siempre estaba metida en líos y por eso terminaba castigada y sola. Nadie quería jugar con ella y apenas tenía amigos. Solo se acercaban para provocarla y que hiciese las trastadas que los demás no se atrevían a hacer. Por supuesto Andrea lo hacía y acababa cargando con las culpas de todo, por lo que su fama de traste crecía cada día más.

Todo el mundo la criticaba a ella y también a sus padres, a los que culpaban del comportamiento de la niña. A mí, en cambio, me parecía muy graciosa y creo que la gente exageraba mucho. Así que decidí hacerme su amiga, pero de las de verdad. No haría como los demás que solo la utilizaban para burlarse de ella.

Poco a poco fui descubriendo que Andrea era una niña encantadora, muy cariñosa y que lo único que quería era jugar y divertirse. También supe que padecía una especie de enfermedad que se llamaba hiperactividad. Su mamá me explicó que esto la hacía actuar sin pensar en las consecuencias. Además tenía dificultad para aprender las cosas debido a que le costaba concentrarse y prestar atención.

-¡Oh que pena! Ahora lo entiendo todo -le dije.

-No debes sentir pena María, es una niña como las demás que solo necesita cariño y compresión. Pero la gente prefiere criticarla a comprenderla -me explicó su mamá.

-Pues yo le daré todo eso y me gustaría mucho que la dejases venir a dormir a mi casa, ¿me das permiso, por favor? -le pregunté.

-Siii mami, déjame ir con María, anda porfis -habló Andrea toda emocionada.

-Vale, vale, está bien. Pero primero deberías preguntarle a tu abuela nena, ya que no me gustaría molestarla -contestó su mamá.

-No te preocupes, estoy segura de que ella aceptará encantada -respondí con una sonrisa.

-De acuerdo, entonces puedes ir Andrea, pero recuerda portarte bien -concluyó su madre.

Aquella fue la primera noche que pasamos juntas y recuerdo que fue estupenda. Ayudamos a mi abuela con la cena y al terminar recogimos todo. Andrea tanto quería hacer, que cogió los platos alocadamente y con tanta prisa terminó rompiendo uno. La pobre se quedó muy triste y no paraba de pedir perdón. Pensaba que ya no íbamos a quererla por eso. Pero en ese momento la abracé fuerte y le dije que no importaba nada, tan solo era un plato y nada más. Desde aquel día, ella y yo fuimos inseparables.

Pasamos el resto del mes juntas y nos hicimos muy buenas amigas. Lo pasamos genial: nos bañamos en la piscina, hicimos un pequeño picnic con su madre, montamos en bicicleta y también ayudamos al abuelo a recoger la fruta madura de la granja. Mientras Andrea y yo estuvimos juntas, ninguno de los niños del pueblo quiso jugar con nosotras. Incluso le llegaron a decir a mi abuela que cómo me dejaba andar con ella, que era una mala influencia para mí. Pero ella les contestó que vergüenza debería darles, y que lo que tenían que hacer, es enseñar a sus hijos educación y no a despreciar a los demás por ser diferentes.

Aunque me sentí muy orgullosa de la respuesta de mi abuela, no pude evitar sentir mucha pena, al comprobar como la gente  rechazaba a Andrea sin conocerla. Ni siquiera le daban la oportunidad de demostrar lo maravillosa que era. Pero bueno, ellos se lo perdían, para mí era mi amiga y punto. Así que cuando tuve que regresar a la ciudad nos despedimos entre lágrimas y prometimos escribirnos. Sin duda ha sido un buen verano y ya tengo ganas de que llegue algún fin de semana largo, para volver al pueblo y jugar con ella.

jueves, 19 de julio de 2012

Sin extra los funcionarios no funcionarán

Hoy ha sido uno de esos días en los que entendí todos los enfados de papá. Fue la primera vez que sentí rabia y unas ganas tremendas de gritar, al comprobar lo injusto que era todo. La Señora Crisis estaba pasándose de la raya y amenazaba seriamente los derechos de la gente, ayudada por los políticos, que según me explicó papá, eran los que tomaban las decisiones que lo empeoraban todo. Siempre pensé que era un pelín exagerado y el tener que estar en casa sin trabajo, le había echo un refunfuñón. Pero hoy me he dado cuenta de que no era así.

Esta mañana salimos a buscar el pan y esperando el ascensor, nos encontramos con nuestro vecino Hugo y su padre. Me extrañó que Iker, su perrito, no fuese con ellos, y al preguntarle me contó que se había quedado en casa porque estaba algo pachucho. El que también parecía malito era su padre, ya que no tenía buena cara y estaba como triste. Entonces mi papá le preguntó si le ocurría algo y él le dijo que estaba agobiado por todo lo que estaba pasando. Que se sentía sin ganas de nada y que los políticos no pensaban en los ciudadanos. Como si no fuese bastante complicado salir adelante, para que ahora les quitasen la paga extra de navidad.

¿Cómo que les quitaban la paga extra? No entendía a qué se refería y le pregunté que era eso. Entonces me explicó que era un sueldo que les daban a todos los trabajadores por navidad. Supuestamente era para ayudarles con los gastos que traían esas fiestas y para que todas las familias pudiesen celebrarlas dignamente. Pero este año, debido a la crisis, el gobierno había decidido quitársela a los funcionarios como él.

-¿Funcionario? ¿Y qué clase de trabajo es ese? ¿De funcionar? -pregunté sorprendida.

-Es como se conoce a los trabajadores públicos, como los profesores, bomberos, policías, médicos, enfermeros, etc. -me explicó mi papá entre risas.

-¡Ah vale! ¿Y qué funcionario eres tú? -le pregunté al padre de Hugo.

-Yo soy celador de urgencias. Trabajo en el Hospital, ayudando a los médicos y enfermeras. También recibo a la gente que viene enfermita y la llevó adonde sea necesario -me contó.

-Vaya, parece un trabajo muy interesante -le dije.

-Pues sí María, es un trabajo que me encanta. Poder ayudar a los demás en esos momentos en que están enfermos y necesitan una mano amiga, es algo que me llena mucho -me dijo con una sonrisa.

-La verdad es que es una bonita tarea la que realizáis y muchas veces la gente no se da cuenta de vuestra labor -habló mi papá.

-Es cierto, pero a nosotros lo que nos importa es socorrer a quién lo necesita. Por eso después de veinte años dedicándome a esto con toda la ilusión y colaborando para el bienestar del paciente, suceden estas cosas y me quitan las ganas de todo -me explicó.

No me extrañaba que tuviese mala cara y que el pobre hombre se sintiese así. Además en su casa solo trabajaba él, ya que la mamá de Hugo era ama de casa. Por eso comprendía perfectamente su preocupación y que tuviese miedo a que las cosas se pusieran algo más difíciles para ellos. Sinceramente me daba pena la situación que atravesaba la familia de Hugo.

-La culpa es de la dichosa Señora Crisis que no sabe hacer más que fastidiar -dije de pronto muy enfadada.

-Tienes razón pequeña, pero nosotros no tenemos la culpa y no es justo que lo paguemos. Además cuando comencé en este trabajo, me compré una casa para mi familia contando con este sueldo, y si ahora, me lo recortan y me quitan lo que gano con mi sudor ¿Cómo pagaré? -habló el padre de Hugo con tristeza.

Después de aquellas palabras, nos quedamos callados sin saber muy bien que decirle. Mientras yo intentaba comprender cómo un gobierno, que supuestamente está al servicio de los ciudadanos, se dedica a perjudicarlos. No puedo entender que los mayores no hagan nada, porque mucho quejarse y después todos aceptan lo que les manden. Decididamente el mundo de los adultos no me gusta nada, y una cosa tengo clara, no pienso permitir que Iker, el perrito de Hugo, pase hambre por culpa de los recortes que sufre su familia ¡Ah no! Por ahí no paso.

martes, 10 de julio de 2012

Los mayores se quejan pero no hacen nada

Este mediodía, papá volvió a enfurecerse viendo las noticias, después de pasar unos días de paz y tranquilidad, en que todo fue felicidad porque “La Roja” había ganado la Copa de Europa. Pero fue encender el televisor para que la realidad volviese de golpe. Una vez más comenzó a hablar solo, diciendo que “no hay derecho”, “que poco dura la alegría en la casa del pobre”, “esto es una injusticia” y no sé cuantas cosas más.  Preocupada por él, me fui hacia el salón para enterarme qué había pasado esta vez.

-¿Qué pasa papi? ¿Alguna noticia mala? -le pregunté.

-No cariño, no hay alguna noticia mala…todas lo son -contestó molesto.

-Bueno seguro que exageras, algo bueno dirán -contesté intentando animarle.

-Pues no María, ojala todo fuesen exageraciones mías. Pero esto se está poniendo muy mal y no sé adónde vamos ir a parar, ni cuanto aguantaremos -dijo con voz triste.

Como no entendía muy bien de lo que hablaba, le pedí que me lo explicase. Entonces comenzó a contarme que el gobierno seguía haciendo recortes que perjudicaban seriamente a la gente que menos tenía. Subían impuestos que aumentaban los precios de cosas tan necesarias como el pan, los huevos, la leche, etc. Además, también tendríamos que pagar un extra en nuestros medicamentos. Vamos, que ahora, hasta para ponernos enfermos habría que pensárselo. Y todo esto, había que sumarlo a que encontrar trabajo era cada vez más complicado.

-Pero hay algo que yo no entiendo papi. Si el gobierno lo elige la gente, este no puede hacer lo que quiera ¿o sí? -pregunté sorprendida.

-Debería ser como tú dices nena, ellos tendrían que hacer lo que es mejor para todos. Pero no lo hacen, actúan en beneficio de unos pocos y recortan en los derechos de las personas como nosotros -me explicó.

-¿Y no podemos hacer nada? -pregunté.

-Claro que podemos. Tendríamos que levantarnos todos y no dejar que hiciesen lo que les diese la gana. Igual que hacen los mineros, que son los únicos con el valor suficiente para protestar lo que haga falta, antes de permitir que les recorten en sus derechos. Ellos pelean por el bienestar de sus familias y no se dejan amedrentar así como así -habló papá muy serio

-Y si los que nos gobiernan lo están haciendo tan mal ¿No podemos echarles y elegir a otros? -pregunté.

-Pues mira eso no sería una mala idea, echarlos a todos a la calle y que tengan que vivir como muchos de nosotros, con lo mínimo. Ya verías como se iban a enterar de lo que vale un peine -me dijo.

-Bueno, un peine no cuesta muy caro. Mejor que se enteren de lo que vale un secador de pelo que cuesta más -indiqué.

En ese momento papá se echo a reír a carcajadas, por lo que deduje que lo del peine no iba en serio y tan solo era una ironía de esas que tanto les gusta usar a los mayores. Pero bueno, al menos conseguí, sin querer, que por un rato se olvidase de todas aquellas noticias que tanto le enfadaban.

Aunque entendí todo lo que mi papá me explicó, hay cosas que no puedo comprender. ¿Por qué la gente no hace nada y aceptan sin más todas esas cosas malas que tanto nos perjudican a todos? ¿Por qué no salen a la calle todos juntos? Igual que lo hicieron para celebrar que éramos campeones. ¿Por qué solo los mineros protestan? ¿Acaso nosotros no somos como ellos? Pienso que cuando algo está mal, simplemente hay que cambiarlo antes de que se ponga peor. Por eso no entiendo como los mayores se quedan quietos ante tantas injusticias, y olvidan que además de jugarse su presente, se están jugando nuestro futuro.


jueves, 5 de julio de 2012

Ellos no lo harían

Por fin estábamos de vacaciones y ya no tenía que madrugar. Por eso esta mañana había quedado con Hugo para sacar a pasear a su perrito Iker. Así que al terminar de desayunar vinieron los dos a buscarme. Nada más abrirles la puerta, el animalito se echó como un loco hacia mí, al mismo tiempo que movía su rabito sin parar. Me lamió toda y se metió entre mis pies mientras emitía unos ladridos nerviosos. Según me explicó Hugo, era su forma de saludarme y de demostrarme lo contento que estaba al verme.

-Buenos días también para ti, bonito -le dije al perrito agachándome para acariciarlo.

-Le gustas mucho María. Será porque eres una chica -me dijo Hugo.

-No te entiendo, ¿qué tiene que ver eso para que le guste? -pregunté intrigada.

-Te diré un secreto, Iker se muere de ganas por tener una novia y como tú eres chica, a lo mejor por eso le gustas más -me contestó guiñándome un ojo.

Me quedé muy sorprendida con lo que me contó Hugo. No sabía que los animalitos también sentían la necesidad de tener novia o novio. Mientras dábamos el paseo por el parque, le pregunté a Hugo porque no le buscábamos una. Él me contestó que eso no era fácil y me explicó que los perros se guiaban por su olfato. Con él decidían quién les gusta y quién no.

-Eso quiere decir que si se acerca una perrita a él, sino le huele bien ¿no la querrá como novia? -pregunté curiosa.

-Más o menos, pero tiene que ser algo mutuo. Se tienen que gustar los dos -respondió.

Después de todas las explicaciones que me dio Hugo, decidí que mi misión para estas vacaciones sería encontrarle novia a Iker. No quería que el perrito se sintiese mal y pondría todo mi empeño en ayudarle a encontrarla. Lo que no me imaginaba es que lo haría más pronto de lo que yo pensaba. Terminado el paseo nos fuimos para casa, que ya casi era la hora de comer. Durante la comida les conté a mis padres que quería buscarle una novia a Iker, para que el perrito no estuviese triste.

-No me digas que ahora vas a hacer de Celestina para un perro -dijo mi hermano Pedro entre risas.

-Solo quiero ayudarle y no sé quién es esa Celestina. Yo soy María ¿no te acuerdas? -respondí algo molesta.

-No te metas con tu hermana. Es muy bonito lo que quiere hacer y a lo mejor yo puedo ayudarte -dijo mamá.

-¿Ah sí? ¿Cómo? -interrogué.

-Esta tarde veniros Hugo, el perrito y tú a la peluquería -contestó.

-¡Mamá! Necesita una novia, no un corte de pelo -le dije en tono irónico.
-Ya lo sé cariño, pero es que al lado de la peluquería han abierto un taller de reparación de calzado. El dueño es un chico muy majo y tiene una perrita muy bonita, y a lo mejor Iker y ella se gustan -me explicó.

-¡Genial! ¡Eso es fantástico! Ahora mismo se lo voy a decir a Hugo -hablé toda acelerada.

Subí hasta su casa y cuando se lo conté, a él también le pareció una idea estupenda. Así que sobre las seis de la tarde, nos fuimos los tres hasta la peluquería de mamá. Una vez llegamos, yo estaba impaciente por conocer a la perrita. Parecía como si el novio fuese para mí en vez de para él. Entonces mamá nos acompañó hasta el negocio de Jose, que era así como se llamaba el dueño de la perrita.

-Buenas tardes Jose -saludó mamá-. Esta es mi hija María, nuestro vecino Hugo y su perrito Iker -nos presentó.

-Hola ¿qué tal estáis? Encantado de conoceros -nos dijo con una sonrisa.

-¿Dónde tienes a tu perrita? -pregunté de pronto.

-María por favor, que manera es esa de saludar. No seas mal educada -me regañó mamá.

-Perdón, pero es que tengo muchas ganas de que se conozcan -hablé algo avergonzada.

-Vaya, tú si que haces honor al nombre de mi negocio “El Relámpago”, vas rápidamente a lo que quieres -me dijo Jose con sarcasmo.

En ese momento todos comenzaron a reírse por mi impaciencia y por su respuesta. Entonces se fue a buscar a su perrita que estaba en el bar de al lado, porque allí siempre le preparaban algo de aperitivo. Ella era muy lista y se había ganado la confianza de los camareros que no dudaban en mimarla. A los pocos minutos aparecieron los dos. Era un animalito precioso, de color negro y con las patitas blancas. Él nos explicó que se llamaba Thays, pero que en el barrio la conocían por “calcetines”, precisamente por el color de sus patitas, ya que daba la impresión de que llevaba puestos unos calcetines. También nos contó que la había recogido en un refugio de Sevilla, ya que la habían abandonado.

-¡Es muy bonita! No entiendo como alguien puede abandonar a un animalito así -dije mientras la acariciaba.

-Es difícil de entender María, pero hay mucha gente que abandona a los animales, sobre todo ahora en las vacaciones -me explicó Jose.

Mientras nosotros hablábamos, Iker y Thays comenzaron a lamerse, bueno…primero a olerse, ya que esa es la forma que tienen de conocerse. Al poco rato, empezaron a jugar y se les veía muy contentos juntos. Yo me sentía feliz por los dos animalitos y satisfecha porque había cumplido mi objetivo, que era encontrarle novia a Iker.

Media hora después nos despedimos y quedamos con Jose para volver otro día. A los perritos les costó separarse y Hugo tuvo que tirar de Iker para sacarlo de allí. Observando a los dos animalitos comencé a pensar cómo podía haber personas tan crueles capaces de hacerles daño y abandonarles. Ellos te dan un montón de cariño y agradecen todo el bien que les haces. Para mí ese tipo de gente no tiene corazón y no merecen nada y estoy segura que los perritos, jamás lo harían.

lunes, 2 de julio de 2012

Todos con la roja

Este domingo en mi casa se montó una auténtica revolución, bueno… creo que fue en todas las casas. El motivo fue un partido de fútbol. Es increíble como un deporte, que a mí me parece un poco aburrido, es capaz de movilizar a tanta gente, que digo ¿gente? a todo un país. Al parecer los nuestros jugaban la final de la Copa de Europa, que según tengo entendido, es algo muy importante y por la que todo el mundo estaba nervioso. Todas las calles, comercios y los balcones de las viviendas se llenaron de banderas rojas y amarillas. La gente no hablaba de otra cosa que no fuese el partido de fútbol, y por un momento todos olvidaron a la Señora Crisis, a los políticos, a los recortes en educación, sanidad, etc.

Nadie parecía estar indignado ese día, al contrario, todos estaban contentos ante el magnifico acontecimiento que nos esperaba esa noche. Hasta papá no parecía el mismo, apenas miró las noticias y nada de lo que dijeron le importó como otras veces. Decía que había que disfrutar del momento y saborear las cosas buenas que nos pasaban. Lo único que no acababa de entender, es en qué nos afectaba a nosotros que ganase o perdiese nuestro equipo. Al fin y al cabo las cosas seguían siendo las mismas y nuestros problemas no desaparecían. Pero bueno, tampoco quería ser yo la que amargase la fiesta a nadie, así que me uní a la alegría generalizada por un partido que no acababa de comprender muy bien.

Aquella tarde salimos mi hermano Pedro, papá y yo a dar una vuelta, antes del gran acontecimiento. Cuando llegamos al portal de nuestro edificio nos encontramos con Hugo y con su perrito Iker. Este llevaba una camiseta roja con el número 12 que le quedaba muy chula. Estaba muy simpático con ella.

-¡Hala que guapo está Iker! ¿Y por qué lleva el número 12 en la camiseta? -pregunté intrigada.

-El número 12 representa al último jugador del equipo -me contestó Hugo.

-¿Qué me dices? ¿Iker también va a jugar? -pregunté sorprendida.

-No María, claro que no, solo es una forma de representar a los seguidores de un equipo. Esto quiere decir que los aficionados somos el jugador número 12 y que los ayudamos a ganar con nuestro apoyo y ánimo -me explicó él entre risas.

La verdad no me quedó muy claro lo del dichoso número 12, pero no quise preguntar más porque intuía que era alguna cosa de esas de mayores que no tenían mucha explicación. Entonces papá le dijo a Hugo, si quería ver el partido en nuestra casa. Además pediría unas pizzas para que cenásemos todos juntos.

-Me parece estupendo, gracias. Pero mejor pedimos comida china no vaya a ser que se nos atraganten las pizzas -respondió él.

-No entiendo por qué se nos van a atragantar. Si las comemos despacio no tiene porque pasar nada -dije yo muy seria.

En ese momento todos comenzaron a partirse de risa, mientras yo me preguntaba que había dicho de gracioso. Entonces Pedro me explicó que lo decía porque jugábamos contra Italia y como esa era una comida típica de ese país, era mejor no tentar a la suerte. ¡Bueno lo que me faltaba por oír! De todas formas a mí me daba igual, mientras no comiésemos lentejas…

Por fin llegó el tan esperado momento. Al final pedimos comida china…por si acaso. Nos reunimos todos alrededor del televisor. Mamá puso unos cojines en el suelo para que nos sentásemos Iker y yo. Una vez colocados, comenzó el partido. Nuestro equipo lo hacía genial, por lo que a los pocos minutos llegó el primer gol, y con él, la locura.

-¡Gooooooooool! -gritamos todos a la vez, hasta Iker, bueno…él ladraba como un loco.

Pero en ese momento los italianos empezaron a atacar nuestra portería y los nervios comenzaron a apoderarse de nosotros. Sin embargo no les sirvió de mucho, ya que pocos minutos antes de terminar el primer tiempo, España marcó el segundo gol.

-¡Goooooooool! -volvimos a gritar emocionados, menos Iker que volvía a ladrar sin control y sin saber porque gritábamos.

Así llegó el final del primer tiempo. Mientras esperábamos a que comenzase el segundo, mamá aprovechó para poner la comida que habíamos pedido. Estábamos felices y no parábamos de comentar todas las jugadas, al tiempo que devorábamos la estupenda cena china. Una vez termínanos, recogimos todo y nos dispusimos a ver el final del partido. Nada más comenzar el segundo tiempo, volvieron los nervios… y los líos.

-¡Árbitro, eso es mano! -decía papá indignado.

-Pues yo no he visto nada ¿y tú Iker? -le pregunté al perrito que me contestó lamiéndome toda.

-Bueno, tranquilos, lo importante es que vamos ganando -dijo mamá que también estaba nerviosa, a pesar de que no le gustaba el fútbol.

En ese momento llegó el tercer gol. Con él estallo la locura más grande de todas. Se escuchaban los gritos de los vecinos y también a la gente que pasaba por la calle. Pero aún no nos habíamos recuperado cuando llegó el último y definitivo. Todos cantábamos ya el ¡Campeones, oeoeoeoe!

Después de unos interminables minutos en los que mi padre no paraba de hablar, mi hermano Pedro se levantaba y sentaba del sofá, Hugo no paraba de morderse las uñas, mi madre se tapaba la cara cuando había una acción de peligro contra nuestra portería e Iker no dejaba de dar vueltas sin entender que nos pasaba, llegó el final del partido.

Éramos campeones, habíamos ganado la Eurocopa, y según mi papá, habíamos hecho historia. Todo era alegría y felicidad, saltábamos, nos abrazábamos y por un instante no había nada por lo que preocuparse. Fue un momento emocionante y a pesar de que no tenía muy claro que es lo que habíamos ganado, ya que seguíamos siendo pobres igual, me sentía contenta por la alegría que aquel partido había traído a mi familia ¡Felicidades a todos!

miércoles, 20 de junio de 2012

No desprecies a los demás por lo que no tienen

El sábado pasado me levanté muy temprano. Me puse las zapatillas de casa y medio adormilada salí disparada hacia la cocina, donde estaban mis padres desayunando. Entré como un huracán, y casi sin darles los buenos días, empecé a decirle a mamá que me esperase, ya que quería irme con ella a su peluquería. Me apetecía mucho acompañarla y ver su trabajo más de cerca. Además podría ayudarla con las clientas, hacerle compañía y proporcionarles conversación mientras esperaban su turno. Aunque al principio mi idea no pareció gustarle mucho, me explicó que no era tan divertido como yo pensaba y que terminaría por aburrirme, y por eso era mejor que me quedase en casa. Pero nada de lo que me dijo consiguió hacerme cambiar de parecer.

-¡Venga mami! ¡Por favor! Te prometo que me portaré muy bien y no hablaré si tú no quieres -le dije con carita de niña buena.

-Déjala ir mujer, total no podrás convencerla, ya sabes que cuando se le mete algo entre ceja y ceja ya no hay nada que hacer -habló papá poniéndose de mi parte.

-Bueno, está bien, tú ganas. Ahora ve a vestirte que es tarde -concluyó mamá, mientras yo se lo agradecía con besos y abrazos.

Salí de la cocina y me dirigí hacia mi habitación. Nada más llegar, lo primero que hice fue mirarme en el espejo de mi armario. Quería ver qué era lo que tenía entre las cejas, pero por mucho que busqué, no encontré nada. Entonces pensé que seguramente era otra de esas expresiones de mayores, que cada vez me parecen más raras y sin sentido. No quise darle más vueltas al asunto, así que me vestí rápidamente y salí hacia la puerta donde ya me esperaba mamá.

No tardamos mucho en llegar, ya que la peluquería estaba cerca de nuestra casa. Una vez allí, abrimos la puerta y encendimos las luces para que la gente supiera que el negocio estaba abierto. Pasados unos diez minutos, comenzaron a aparecer las primeras clientas. Al verlas, le pregunté a mamá qué quería que hiciese, entonces me puso de encargada para recibirlas, recoger sus chaquetas y darles las revistas para que leyesen mientras esperaban.

La mañana transcurrió entre las animadas charlas de las clientas. Eran muy simpáticas y me lo pasé muy bien. Le dijeron a mamá que tenía que llevarme más veces porque era una niña encantadora. Incluso me dieron propina por mi buen trabajo y llegué a reunir cinco euros, por lo que me sentía feliz. Pero entonces ocurrió algo que no me esperaba y a pesar de que le prometí a mamá que me portaría bien, no pude remediar hacer lo que hice.

-Buenos días, tengo que decirte que últimamente esta peluquería esta perdiendo su buena imagen, no deberías permitir ciertas cosas -habló una señora muy elegante que acababa de entrar.

-Buenos días Doña Manolita, y perdone, pero no entiendo a qué se refiere -le contestó mi mamá.

-Mujer, ¿a qué va ser? A esos harapientos que tienes ahí en la puerta -dijo señalando hacia la entrada en un tono muy desagradable.

-Doña Manolita, no son unos harapientos. Es una mujer con su hijo pequeño, están pasando una mala situación y suelen venir los fines de semana porque siempre les doy algo para ayudarles un poco -le explicó mamá con una sonrisa.

-Pues no me parece bien, yo vengo a la peluquería para arreglarme y pasar un rato agradable, no para ver desgracias ajenas. Además deberías pensar más en la buena imagen de tu negocio que en esos pobres miserables -replicó con desprecio.

-Usted es la pobre miserable y no ellos. No tiene corazón señora, ni vergüenza. Debería dar gracias por no verse en una situación tan triste como esa gente a la que tanto desprecia. La única que da mala imagen al negocio de mi madre es usted -dije muy seria y enfadada.

-¿Cómo te atreves niña? Eres una mal educada -me contestó muy ofendida-. Deberías enseñar un poco de respeto a tu hija, y que sepas que acabas de perder una clienta -le dijo a mi madre.

-Siento mucho que piense así Doña Manolita. Pero es usted la mal educada, no María. Buenos días señora -habló mamá mientras la invitaba a salir de la peluquería.

Una vez se marchó, no pude evitar sentirme mal. Me había levantado aquella mañana para ayudar a mamá y lo único que conseguí fue que perdiese una clienta. Le pedí perdón por haberle contestado así a aquella mujer. Pero mi madre me dijo que no tenía nada que perdonarme y que se sentía muy orgullosa de mí. Me explicó que la gente que despreciaba a otras personas porque tenían menos, no merecían ningún respeto. Después cogió una bolsa donde tenía unos bocadillos y me pidió que se los diese a la señora y a su hijo. Además de darles lo que me mandó mamá, también les dí los cinco euros que me había ganado en propinas, ya que pensé que ellos los necesitaban más que yo.

jueves, 7 de junio de 2012

Aprobando a trancas y a barrancas

Estos días mis padres están un poco preocupados por mi hermano Pedro. El motivo son sus exámenes finales, ya que tienen miedo a que suspenda alguna asignatura. En este momento, mi hermano esta en el último curso de la ESO y según tengo entendido es el más difícil de todos, aunque a mí no me lo parece. La verdad es que él y yo somos muy diferentes a la hora de estudiar. A mí no me cuesta nada y siempre saco buenas notas, bueno… solo las matemáticas se me atascan un poco. En cambio, a él le hacen falta muchas horas de estudio para terminar sacando suficientes y algún que otro bien.

Por eso, mamá siempre dice que Pedro va aprobando “a trancas y a barrancas”. Esto significa que es algo que le cuesta mucho y que aunque parezca que no lo va a conseguir, al final lo logra. Por esta razón, en estas fechas, ellos están más pendientes de mi hermano. Incluso lo presionan para que trabaje más y a veces lo asfixian un poco, a lo que él replica con un “me estáis rayando”.

Este mediodía, Pedro entró en casa con mala cara, no saludó a nadie y se fue derecho a su habitación. Mamá, temiéndose lo peor, fue a hablar con él y le preguntó si le pasaba algo malo. Mi hermano le contestó que por favor lo dejase un rato tranquilo y que luego iría a comer. Pasados unos minutos, apareció en la cocina y se sentó en la mesa sin decir ni palabra.

-¿Se puede saber qué te pasa? -le preguntó papá.

-He suspendido Historia y Lengua -respondió con tristeza.

-Bueno, no te preocupes, todavía puedes recuperarlas a final de mes -le dijo mamá.

-No creo que lo consiga, estoy cansado de estudiar y total ¿para qué? -habló con desanimo.

-No digas eso, ya sabemos que es difícil y este curso te está costando mucho, pero no hay que perder la esperanza. Seguro que si te esfuerzas un poco más, lo conseguirás -dijo papá intentando animarle.

-No entiendo por qué me dices que me esfuerce. Estoy harto de hacerlo y no sirve de nada. Además yo no voy a estudiar ninguna carrera universitaria, lo único que quiero es terminar de una vez y ponerme a trabajar -respondió muy serio.

-De eso nada, tú no vas a trabajar. ¿Y por qué dices que no estudiarás una carrera? Claro que lo harás -concluyó papá algo molesto.

-Pero qué dices ¿cómo vais a pagarla?, si no tenemos dinero y siempre os estáis quejando de los gastos. Somos pobres papá y los pobres trabajan, no estudian -dijo Pedro en un tono despectivo.

-No te atrevas a hablarme así. Si tenemos dinero o no, eso no es algo que deba preocuparte. Nosotros haremos lo imposible para que tanto tú como tu hermana estudiéis lo máximo posible -dijo papá casi gritando y muy enfadado.
-Bueno, ya esta bien. Haz el favor de comer y ya hablaremos en otro momento -dijo mamá intentando calmarles.

-Comed vosotros, yo no tengo apetito -contestó Pedro, mientras se levantaba de la mesa y salía hacia su habitación.

Durante un rato nos quedamos callados, sin saber qué decir. Yo me sentía mal por mis padres y sabía muy bien que estaban disgustados por la manera en la que les había hablado Pedro. Así que nada más terminar de comer, me fui a su cuarto para hablar con él. Entré sin llamar para que no pudiese decirme que no pasara y cerré la puerta. Mi hermano estaba tirado en la cama, con los cascos puestos y supongo que escuchaba esa música horrible que a él tanto le gusta. Debía tenerla muy alta, porque ni siquiera se dio cuenta de que yo había entrado.

-Pedro, quiero hablar contigo -le dije dándole un codazo para que me hiciese caso.

-¿Qué haces aquí? Lárgate -me habló de malas maneras.

-No, no voy a irme y tú vas a escucharme quieras o no -contesté muy decidida.

-Pero ¿tú de qué vas niña? -me preguntó cada vez más enfadado.

-Voy de hermana mayor, ya que tú has decidido comportarte como si fueses el pequeño -contesté con ironía-. Que sepas que te has portado fatal con papá y mamá, ellos solo quieren ayudarte y se esfuerzan mucho para que a ti y a mí no nos falte de nada -continué diciéndole.

Por un momento, Pedro se quedó sorprendido mirándome e incapaz de reaccionar, por lo que seguí diciéndole que nuestros padres bastantes problemas tenían ya, para que él les hablase así. Le expliqué que yo le ayudaría a recuperar las asignaturas que tenía suspensas. Tenía un sistema muy bueno que me había enseñado la señorita Paula, mi profesora, por el cual le sería muy fácil estudiar.

-Confía en mí Pedro, pero por favor, ahora ve a pedirles perdón a nuestros padres -concluí.

-Tienes razón María, me he pasado. ¿Sabes una cosa peque? -me preguntó.

-No sé, pero si me lo cuentas me entero -respondí.

-Eres la mejor hermana que se puede tener -me dijo con una sonrisa.

En ese momento, se levantó de su cama y se dirigió hacia la cocina. Nada más entrar, les pidió disculpas a papá y a mamá. Les explicó que sabía muy bien todos los esfuerzos que hacían por nosotros y que él no tenía ningún derecho a hablarles así. Ellos le contestaron que no debía preocuparse por nada y que entendían que solo había sido un mal momento. A continuación se abrazaron los tres, mientras yo los observaba desde la puerta de la cocina. Me sentía feliz, porque finalmente, la paz volvía a mi casa.

jueves, 31 de mayo de 2012

Santa Rita Rita, lo que se da no se quita

Por fin llegaron las fiestas del colegio. Se celebran todos los años a finales de mayo en honor a nuestra patrona Santa Rita. Son días en los que no tenemos clase y en los que hacemos todo tipo de actividades: vemos películas, jugamos al fútbol, al baloncesto, al ping-pong, etc. Pero lo que más nos gusta a Clara y a mí son las funciones musicales, donde cada clase hace una pequeña obra teatral sobre un tema que eligen entre todos.

Por eso a principios de semana nos reunimos para decidir qué actuación haría mi clase. La señorita Paula nos propuso algo relacionado con la primavera, representando una especie de jardín donde las flores renacían con la llegada de la estación. La verdad es que no nos gustó demasiado, ya que nos parecía de niños pequeños. Entonces nos dijo que nos pusiéramos en grupos y que pensásemos lo que queríamos hacer. Debíamos escribirlo en un folio que le entregaríamos al final de la clase, y luego votaríamos la mejor idea de todas.

Por supuesto, Clara y yo nos pusimos juntas. Aunque yo sabía muy bien lo que quería hacer, tengo que reconocer que me costó un poco convencerla, pero al final aceptó. Eso me hizo pensar que a lo mejor al resto de la clase no le gustaba mi idea. Aun así la escribimos igualmente y la dejamos en la mesa de la profesora. Una vez terminaron todos, la señorita Paula se puso a leer las propuestas. Había para todos los gustos. Unos querían hacer una función de rock, con guitarras eléctricas, batería, etc. Otros preferían una sobre los juegos de la Play Station, con obstáculos para esquivar e ir ganando puntos. Cuando llegó la nuestra y la profesora la leyó, toda la clase se quedó en silencio, como sorprendida por lo que estaban escuchando. A pesar de eso fue la más votada y la que decidimos poner en marcha.

Durante los siguientes días, todo fue una locura. A mí me nombraron directora ¡Ay madre! ¡Qué responsabilidad! Menos mal que nuestra profesora se ofreció a ayudarme, sobre todo con los personajes y los diálogos. Fue así como comenzamos preparando el decorado y el vestuario que era sencillo, ya que solo necesitábamos unas camisetas, unas mallas negras, un disfraz de bruja, un traje, unas cartulinas blancas para las pancartas, unas pelucas, unas gafas y una barba postiza. Una vez lo tuvimos todo comenzamos los ensayos, que realizábamos después de las clases.

Cuando llegó el viernes, a mí me temblaban las piernas. A pesar de que estaba convencida de que nuestra obra era muy buena, me daba un poco de miedo por si no les gustaba a los demás niños y a los padres que vendrían a vernos. Sobre las cuatro de la tarde comenzaban las actuaciones y nosotros actuábamos en último lugar. Eso era algo que había decidido nuestra profesora porque decía que era mejor así.

El salón de actos del colegio se fue llenando poco a poco. Mis padres y mi hermano estaban en primera fila, algo que todavía me puso más nerviosa. Nadie sabía de qué iba nuestra representación ya que lo llevábamos en el más absoluto de los secretos. Por fin llegó el momento, se abrió el telón y dos niños, que hacían de presentadores, salieron para anunciar la primera actuación. 

Todo estaba saliendo estupendamente. Hubo risas y muchos aplausos para el trabajo de los niños. Entonces llegó nuestro turno y los presentadores salieron para anunciarnos.

-Ahora le toca a la última clase de primaria, que son los alumnos de 5º C. Ellos han preparado una obra titulada “Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita”. Un aplauso para ellos.

En ese momento se abrió el telón entre los aplausos de la gente. Ante ellos apareció una bruja malvada, que en vez de una escoba tenía unas enormes tijeras en una de sus manos. En la otra llevaba unos hilos con los que sujetaba, a modo de marioneta, a un señor vestido de traje, con unas gafas y una barba. En la solapa de su traje había una pegatina que ponía “Soy el presidente”. Manejado por la bruja, comenzó a caminar por el escenario hasta colocarse en el centro, donde se dirigió hacia el público.

-Señores, señoras, soy el presidente y estoy aquí para comunicarles los recortes que la bruja Señora Crisis me manda que haga -dijo muy serio entre los abucheos del público.

Entonces salieron al escenario varios niños vestidos con jerseys y mallas negras. Sujetaban unas cartulinas en las que se podía leer: Educación, Sanidad, Trabajo y Pensiones. En ese momento la bruja le dio las tijeras al presidente y le mandó que fuese recortándolas. Justo cuando iba a comenzar, aparecí yo con una cartulina en forma de libro donde se leía: “La Constitución”. Detrás de mí aparecieron el resto de los niños que llevaban otras cartulinas en las que ponía: Derechos, Justicia, Igualdad y Dignidad.

-¡Alto! No puedes hacer eso, yo la Constitución no te lo permitiré -grité al presidente.

-¿Cómo te atreves? -dijo la bruja de repente-. Yo soy la Señora Crisis y tú no puedes hacer nada contra mí, tan solo sois unos pocos niños sin poder alguno.

-Te equivocas, nosotros nos uniremos y tú nada podrás hacer. Yo protejo los derechos de la gente, a mí me votaron y a ti nadie te quiere -le contesté.

Entonces todos los niños que estábamos sobre el escenario, le quitamos las tijeras a la bruja y cortamos los hilos del presidente. Con ellos la atamos para que no pudiera hacer nada malo, mientras protestaba y pataleaba. En ese momento me dirigí al público.

-Señoras y señores, lo que queremos decir los niños es que la unión hace la fuerza. Y todos los derechos que tenemos reconocidos en la Constitución, ninguna Señora Crisis nos los puede quitar. Así que como dice nuestra patrona: Santa Rita, Rita lo que se da no se quita -concluí muy seria.

En ese instante, la gente se puso en pie y comenzó a aplaudir. Durante varios minutos no dejaron de hacerlo, mientras nos gritaban “bravo”, “fantástico”, “guapos”, etc. Todo salió mejor de lo que yo había esperado. Lo único que queríamos era que los mayores entendiesen que unidos todo era posible y creo que lo conseguimos. Probablemente no servirá de mucho, pero estoy contenta porque, al menos he podido expresar lo que siento ante la malvada Señora Crisis y cómo creo que podemos vencerla.

jueves, 24 de mayo de 2012

Tarde de cine con sorpresa

Según he oído decir a los mayores, “el agua hace mucha falta”. Vale, estoy de acuerdo. Pero por mucha falta que haga ya podía parar de llover un poquito ¿No? Llevamos dos semanas de lluvias continuadas y si esto sigue así acabaremos teniendo que ir a los sitios en barco, en vez de ir en coche. No entiendo como puede caer tal cantidad de agua del cielo. ¿No será que alguien se ha dejado un grifo abierto ahí arriba?

Como todo estaba tan mojado, apenas podíamos salir de casa. Solo salía para ir al colegio y poco más. Pero esta tarde la tía de Clara llamó a mi papá, para pedirle permiso y poder llevarnos al cine a las dos. Nada más oír su propuesta, comencé a dar saltos de alegría, y a pesar de que llovía sin parar, por un momento pareció salir el sol. También le dijo a papá que vendría a recogerme a casa y que luego ya me traería ella.

Una hora después, vinieron a buscarme y papá me acompañó hasta el portal para saludarlas. Después me dijo que me portase bien y que obedeciese en todo lo que me mandase. Comencé a pensar que desde que estaba en casa sin trabajar, cada vez se parecía más a mamá ya que repetía las mismas cosas que ella. En fin… me subí al coche y Clara y yo nos abrazamos, en medio de grititos de alegría por la maravillosa idea de poder pasar aquella tarde juntas.

Nos dirigimos hacia el centro, donde estaban los cines más modernos de la ciudad. Cuando llegamos fuimos a mirar la cartelera para elegir qué película veríamos. Mientras su tía fue a buscar palomitas y chucherías para que no nos faltase ni un detalle. Estábamos un poco indecisas y no teníamos muy claro qué película escoger, ya que las cuatro que ponían parecían estar muy bien.

-¿Qué te parece si vemos la de piratas? -me preguntó Clara.

-No sé ¿Y si vamos mejor a la de risa? -le dije.

-La mejor de todas es la de los superhéroes -dijo de repente alguien detrás de nosotras-. Me han dicho que está muy bien. Tiene acción y además te vas a reír. Yo te la recomiendo.

Aunque al principio me sorprendió, enseguida supe quién era, más que nada por la forma tan extraña en la que empezó a latirme el corazón. Por supuesto, era Lucas.

-¿Será posible? ¿Tú otra vez? ¿Qué pasa contigo, acaso nos vigilas? -interrogó Clara con ironía.

No sé por qué a ella no le caía nada bien Lucas. A mí me parecía tan mono… Dios mío, ¿Qué estoy diciendo? ¿Mono? Bueno, el caso es que a mi amiga no le gustaba y cada vez que nos encontrábamos, se ponía de mal humor y le contestaba de una forma que no era normal en ella.

-Entonces ¿Qué me dices María? ¿Vamos a ver la de los superhéroes? -me preguntó Lucas sin hacer caso a lo que Clara decía.

-Pero bueno ¿Tú que te has creído? Hemos venido al cine juntas y no vamos a ver nada contigo ¿Entiendes chavalito? -le contestó ella enfadada.

-Tranquila, no te pongas así. Una vez nos hemos encontrado no hay nada malo en que vayamos todos juntos a ver la película. Vamos Clara, ya verás que bien lo pasamos -hablé yo intentando convencerla.

A regañadientes, ella aceptó que Lucas nos acompañase y cuando vino su tía le explicamos que era un amigo nuestro y que veríamos la película de los superhéroes. Así fue como los cuatro entramos en la sala de cine. Yo me senté en medio de los dos, ya que me daba miedo que estuviesen juntos, más que nada por la manía que mi amiga le había cogido.

-María, me alegro mucho haberte encontrado aquí -me dijo Lucas.

-Sí, ha sido una casualidad estupenda -le contesté algo nerviosa por estar sentada tan cerca de él.

-Tengo que decirte que me gusta mucho estar contigo, me pareces estupenda -me comentó, mientras yo sentía como un calor tremendo subía hacia mi cara que no se notó gracias a la oscuridad de la sala, porque sino me da algo.

-Bueno ya está bien. Cállate de una vez que hemos venido a ver la película, no a escucharte a ti -nos interrumpió Clara bastante molesta.

Decidimos callarnos, para no molestarla más y estuvimos así hasta el final. Cuando salimos, comentamos lo chula que había sido y lo bien que terminó todo y hasta Clara parecía contenta. Fue entonces cuando su tía nos invitó a tomar un helado a los tres, cosa que aceptamos encantados. Y así terminamos aquella tarde inesperada, en la que una vez más encontrarme a Lucas fue lo mejor, bueno… estar con Clara también.

lunes, 14 de mayo de 2012

A los indignados se les acabó el pan

Ya casi había terminado de comer, cuando papá me contó que después de las clases nos iríamos a una manifestación. Había quedado con unos compañeros de trabajo y pensó que sería algo instructivo para mí. No entiendo muy bien que significa manifestación y mucho menos instructivo, pero ir a cualquier sitio con papá siempre es divertido.

En clase le conté a Clara lo que haría al terminar, y cuál fue mi sorpresa cuando ella me explicó que también iría con su tía. Según le habían dicho, en la plaza del ayuntamiento habían montado una especie de campamento urbano y había muchas cosas chulas para ver.

Cuando, por fin, terminaron las clases, Clara y yo salimos disparadas hacia el patio del colegio donde ya nos esperaban mi papá y su tía. Estábamos deseando ver el campamento y pensamos que quizá podríamos quedarnos a dormir. Esa idea nos emocionaba a las dos.

No tardamos mucho en llegar, ya que el colegio estaba muy cerca de la plaza del ayuntamiento. Una vez allí, lo que vimos nos dejó alucinadas. Era el campamento más chachi que habíamos visto jamás. Toda la plaza estaba llena de gente y por eso papá nos advirtió que no nos alejásemos de su lado.

 Había tiendas de campaña de color azul. Algunas eran como las de los mercadillos, y al acercarte, te ofrecían unos papeles escritos con cosas para mayores, que la verdad, a Clara y a mí no nos importaban mucho. Las que más nos gustaron eran las que tenían comida y en una de ellas nos dieron unos churros con chocolate que estaban riquísimos.

También había gente sentada en unas mesas donde explicaban más cosas de mayores, que no lográbamos entender muy bien. Además tenían pancartas con frases raras y sin mucho sentido, aunque hubo una que al leerla me llamó la atención.

“NO HAY PAN PARA TANTO CHORIZO”

-¿Por qué dice que no hay pan para tanto chorizo? ¿Por qué no compran más pan y ya está? -pregunté intrigada a mi papá.

Durante un buen rato, tanto mi papá como la tía de Clara no pararon de reírse, mientras comentaban lo ocurrente de mis preguntas. Yo no entendía que había dicho de gracioso y empezaba a mosquearme tanta risita. Lo único que quería es que me explicaran cuál era el chiste, ya que a Clara y a mí nos parecían muy lógicas mis dudas.

-Lo que pone ahí, es una ironía y significa que hay políticos que se llevan el dinero de la gente y eso hace que las cosas no vayan bien. Por eso les llaman chorizos, que para que lo entiendas significa ladrones -me explicó papá una vez se recuperó de sus risas.

-A ver, no sé si te he entendido bien, pero una ironía es como cuando tú le dices a mamá “no cariño, tú no estás gorda, estás fuerte” -repliqué muy seria.

La tía de Clara y mi papá se quedaron mudos al escucharme, aunque a los pocos segundos volvieron a estallar de risa con mi razonamiento. Cuando por fin pararon, mi papá comenzó a explicarme que aquello era una manifestación, que había hecho la gente que estaba harta de pagar las cosas que hacían mal los gobernantes y los bancos. A todos ellos se les conocía como los “indignados”, que según él, quería decir que estaban enfadados y su manera de protestar pacíficamente, era montando un campamento en la ciudad, cantando, escribiendo pancartas e intentando que los políticos y los banqueros los escucharan para que se cambiaran las cosas.

Una vez despejada la duda de los “chorizos”, debo reconocer que a Clara y a mí nos gustó mucho aquel campamento. Nos lo pasamos genial con aquellas personas tan amables. A pesar de que no entendía muy bien lo que querían, una cosa me quedó clara, deseaban cambiar el mundo.

Ya en casa, comencé a pensar que yo también intentaría cambiar el mío y cuando me obligasen a hacer algo que no me gustase, protestaría y cantaría como los “indignados”. Solo espero que ellos tengan más suerte, pues estoy segura que cuando yo lo haga lo único que conseguiré es irme a la cama sin postre.