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jueves, 31 de mayo de 2012

Santa Rita Rita, lo que se da no se quita

Por fin llegaron las fiestas del colegio. Se celebran todos los años a finales de mayo en honor a nuestra patrona Santa Rita. Son días en los que no tenemos clase y en los que hacemos todo tipo de actividades: vemos películas, jugamos al fútbol, al baloncesto, al ping-pong, etc. Pero lo que más nos gusta a Clara y a mí son las funciones musicales, donde cada clase hace una pequeña obra teatral sobre un tema que eligen entre todos.

Por eso a principios de semana nos reunimos para decidir qué actuación haría mi clase. La señorita Paula nos propuso algo relacionado con la primavera, representando una especie de jardín donde las flores renacían con la llegada de la estación. La verdad es que no nos gustó demasiado, ya que nos parecía de niños pequeños. Entonces nos dijo que nos pusiéramos en grupos y que pensásemos lo que queríamos hacer. Debíamos escribirlo en un folio que le entregaríamos al final de la clase, y luego votaríamos la mejor idea de todas.

Por supuesto, Clara y yo nos pusimos juntas. Aunque yo sabía muy bien lo que quería hacer, tengo que reconocer que me costó un poco convencerla, pero al final aceptó. Eso me hizo pensar que a lo mejor al resto de la clase no le gustaba mi idea. Aun así la escribimos igualmente y la dejamos en la mesa de la profesora. Una vez terminaron todos, la señorita Paula se puso a leer las propuestas. Había para todos los gustos. Unos querían hacer una función de rock, con guitarras eléctricas, batería, etc. Otros preferían una sobre los juegos de la Play Station, con obstáculos para esquivar e ir ganando puntos. Cuando llegó la nuestra y la profesora la leyó, toda la clase se quedó en silencio, como sorprendida por lo que estaban escuchando. A pesar de eso fue la más votada y la que decidimos poner en marcha.

Durante los siguientes días, todo fue una locura. A mí me nombraron directora ¡Ay madre! ¡Qué responsabilidad! Menos mal que nuestra profesora se ofreció a ayudarme, sobre todo con los personajes y los diálogos. Fue así como comenzamos preparando el decorado y el vestuario que era sencillo, ya que solo necesitábamos unas camisetas, unas mallas negras, un disfraz de bruja, un traje, unas cartulinas blancas para las pancartas, unas pelucas, unas gafas y una barba postiza. Una vez lo tuvimos todo comenzamos los ensayos, que realizábamos después de las clases.

Cuando llegó el viernes, a mí me temblaban las piernas. A pesar de que estaba convencida de que nuestra obra era muy buena, me daba un poco de miedo por si no les gustaba a los demás niños y a los padres que vendrían a vernos. Sobre las cuatro de la tarde comenzaban las actuaciones y nosotros actuábamos en último lugar. Eso era algo que había decidido nuestra profesora porque decía que era mejor así.

El salón de actos del colegio se fue llenando poco a poco. Mis padres y mi hermano estaban en primera fila, algo que todavía me puso más nerviosa. Nadie sabía de qué iba nuestra representación ya que lo llevábamos en el más absoluto de los secretos. Por fin llegó el momento, se abrió el telón y dos niños, que hacían de presentadores, salieron para anunciar la primera actuación. 

Todo estaba saliendo estupendamente. Hubo risas y muchos aplausos para el trabajo de los niños. Entonces llegó nuestro turno y los presentadores salieron para anunciarnos.

-Ahora le toca a la última clase de primaria, que son los alumnos de 5º C. Ellos han preparado una obra titulada “Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita”. Un aplauso para ellos.

En ese momento se abrió el telón entre los aplausos de la gente. Ante ellos apareció una bruja malvada, que en vez de una escoba tenía unas enormes tijeras en una de sus manos. En la otra llevaba unos hilos con los que sujetaba, a modo de marioneta, a un señor vestido de traje, con unas gafas y una barba. En la solapa de su traje había una pegatina que ponía “Soy el presidente”. Manejado por la bruja, comenzó a caminar por el escenario hasta colocarse en el centro, donde se dirigió hacia el público.

-Señores, señoras, soy el presidente y estoy aquí para comunicarles los recortes que la bruja Señora Crisis me manda que haga -dijo muy serio entre los abucheos del público.

Entonces salieron al escenario varios niños vestidos con jerseys y mallas negras. Sujetaban unas cartulinas en las que se podía leer: Educación, Sanidad, Trabajo y Pensiones. En ese momento la bruja le dio las tijeras al presidente y le mandó que fuese recortándolas. Justo cuando iba a comenzar, aparecí yo con una cartulina en forma de libro donde se leía: “La Constitución”. Detrás de mí aparecieron el resto de los niños que llevaban otras cartulinas en las que ponía: Derechos, Justicia, Igualdad y Dignidad.

-¡Alto! No puedes hacer eso, yo la Constitución no te lo permitiré -grité al presidente.

-¿Cómo te atreves? -dijo la bruja de repente-. Yo soy la Señora Crisis y tú no puedes hacer nada contra mí, tan solo sois unos pocos niños sin poder alguno.

-Te equivocas, nosotros nos uniremos y tú nada podrás hacer. Yo protejo los derechos de la gente, a mí me votaron y a ti nadie te quiere -le contesté.

Entonces todos los niños que estábamos sobre el escenario, le quitamos las tijeras a la bruja y cortamos los hilos del presidente. Con ellos la atamos para que no pudiera hacer nada malo, mientras protestaba y pataleaba. En ese momento me dirigí al público.

-Señoras y señores, lo que queremos decir los niños es que la unión hace la fuerza. Y todos los derechos que tenemos reconocidos en la Constitución, ninguna Señora Crisis nos los puede quitar. Así que como dice nuestra patrona: Santa Rita, Rita lo que se da no se quita -concluí muy seria.

En ese instante, la gente se puso en pie y comenzó a aplaudir. Durante varios minutos no dejaron de hacerlo, mientras nos gritaban “bravo”, “fantástico”, “guapos”, etc. Todo salió mejor de lo que yo había esperado. Lo único que queríamos era que los mayores entendiesen que unidos todo era posible y creo que lo conseguimos. Probablemente no servirá de mucho, pero estoy contenta porque, al menos he podido expresar lo que siento ante la malvada Señora Crisis y cómo creo que podemos vencerla.

jueves, 24 de mayo de 2012

Tarde de cine con sorpresa

Según he oído decir a los mayores, “el agua hace mucha falta”. Vale, estoy de acuerdo. Pero por mucha falta que haga ya podía parar de llover un poquito ¿No? Llevamos dos semanas de lluvias continuadas y si esto sigue así acabaremos teniendo que ir a los sitios en barco, en vez de ir en coche. No entiendo como puede caer tal cantidad de agua del cielo. ¿No será que alguien se ha dejado un grifo abierto ahí arriba?

Como todo estaba tan mojado, apenas podíamos salir de casa. Solo salía para ir al colegio y poco más. Pero esta tarde la tía de Clara llamó a mi papá, para pedirle permiso y poder llevarnos al cine a las dos. Nada más oír su propuesta, comencé a dar saltos de alegría, y a pesar de que llovía sin parar, por un momento pareció salir el sol. También le dijo a papá que vendría a recogerme a casa y que luego ya me traería ella.

Una hora después, vinieron a buscarme y papá me acompañó hasta el portal para saludarlas. Después me dijo que me portase bien y que obedeciese en todo lo que me mandase. Comencé a pensar que desde que estaba en casa sin trabajar, cada vez se parecía más a mamá ya que repetía las mismas cosas que ella. En fin… me subí al coche y Clara y yo nos abrazamos, en medio de grititos de alegría por la maravillosa idea de poder pasar aquella tarde juntas.

Nos dirigimos hacia el centro, donde estaban los cines más modernos de la ciudad. Cuando llegamos fuimos a mirar la cartelera para elegir qué película veríamos. Mientras su tía fue a buscar palomitas y chucherías para que no nos faltase ni un detalle. Estábamos un poco indecisas y no teníamos muy claro qué película escoger, ya que las cuatro que ponían parecían estar muy bien.

-¿Qué te parece si vemos la de piratas? -me preguntó Clara.

-No sé ¿Y si vamos mejor a la de risa? -le dije.

-La mejor de todas es la de los superhéroes -dijo de repente alguien detrás de nosotras-. Me han dicho que está muy bien. Tiene acción y además te vas a reír. Yo te la recomiendo.

Aunque al principio me sorprendió, enseguida supe quién era, más que nada por la forma tan extraña en la que empezó a latirme el corazón. Por supuesto, era Lucas.

-¿Será posible? ¿Tú otra vez? ¿Qué pasa contigo, acaso nos vigilas? -interrogó Clara con ironía.

No sé por qué a ella no le caía nada bien Lucas. A mí me parecía tan mono… Dios mío, ¿Qué estoy diciendo? ¿Mono? Bueno, el caso es que a mi amiga no le gustaba y cada vez que nos encontrábamos, se ponía de mal humor y le contestaba de una forma que no era normal en ella.

-Entonces ¿Qué me dices María? ¿Vamos a ver la de los superhéroes? -me preguntó Lucas sin hacer caso a lo que Clara decía.

-Pero bueno ¿Tú que te has creído? Hemos venido al cine juntas y no vamos a ver nada contigo ¿Entiendes chavalito? -le contestó ella enfadada.

-Tranquila, no te pongas así. Una vez nos hemos encontrado no hay nada malo en que vayamos todos juntos a ver la película. Vamos Clara, ya verás que bien lo pasamos -hablé yo intentando convencerla.

A regañadientes, ella aceptó que Lucas nos acompañase y cuando vino su tía le explicamos que era un amigo nuestro y que veríamos la película de los superhéroes. Así fue como los cuatro entramos en la sala de cine. Yo me senté en medio de los dos, ya que me daba miedo que estuviesen juntos, más que nada por la manía que mi amiga le había cogido.

-María, me alegro mucho haberte encontrado aquí -me dijo Lucas.

-Sí, ha sido una casualidad estupenda -le contesté algo nerviosa por estar sentada tan cerca de él.

-Tengo que decirte que me gusta mucho estar contigo, me pareces estupenda -me comentó, mientras yo sentía como un calor tremendo subía hacia mi cara que no se notó gracias a la oscuridad de la sala, porque sino me da algo.

-Bueno ya está bien. Cállate de una vez que hemos venido a ver la película, no a escucharte a ti -nos interrumpió Clara bastante molesta.

Decidimos callarnos, para no molestarla más y estuvimos así hasta el final. Cuando salimos, comentamos lo chula que había sido y lo bien que terminó todo y hasta Clara parecía contenta. Fue entonces cuando su tía nos invitó a tomar un helado a los tres, cosa que aceptamos encantados. Y así terminamos aquella tarde inesperada, en la que una vez más encontrarme a Lucas fue lo mejor, bueno… estar con Clara también.

lunes, 14 de mayo de 2012

A los indignados se les acabó el pan

Ya casi había terminado de comer, cuando papá me contó que después de las clases nos iríamos a una manifestación. Había quedado con unos compañeros de trabajo y pensó que sería algo instructivo para mí. No entiendo muy bien que significa manifestación y mucho menos instructivo, pero ir a cualquier sitio con papá siempre es divertido.

En clase le conté a Clara lo que haría al terminar, y cuál fue mi sorpresa cuando ella me explicó que también iría con su tía. Según le habían dicho, en la plaza del ayuntamiento habían montado una especie de campamento urbano y había muchas cosas chulas para ver.

Cuando, por fin, terminaron las clases, Clara y yo salimos disparadas hacia el patio del colegio donde ya nos esperaban mi papá y su tía. Estábamos deseando ver el campamento y pensamos que quizá podríamos quedarnos a dormir. Esa idea nos emocionaba a las dos.

No tardamos mucho en llegar, ya que el colegio estaba muy cerca de la plaza del ayuntamiento. Una vez allí, lo que vimos nos dejó alucinadas. Era el campamento más chachi que habíamos visto jamás. Toda la plaza estaba llena de gente y por eso papá nos advirtió que no nos alejásemos de su lado.

 Había tiendas de campaña de color azul. Algunas eran como las de los mercadillos, y al acercarte, te ofrecían unos papeles escritos con cosas para mayores, que la verdad, a Clara y a mí no nos importaban mucho. Las que más nos gustaron eran las que tenían comida y en una de ellas nos dieron unos churros con chocolate que estaban riquísimos.

También había gente sentada en unas mesas donde explicaban más cosas de mayores, que no lográbamos entender muy bien. Además tenían pancartas con frases raras y sin mucho sentido, aunque hubo una que al leerla me llamó la atención.

“NO HAY PAN PARA TANTO CHORIZO”

-¿Por qué dice que no hay pan para tanto chorizo? ¿Por qué no compran más pan y ya está? -pregunté intrigada a mi papá.

Durante un buen rato, tanto mi papá como la tía de Clara no pararon de reírse, mientras comentaban lo ocurrente de mis preguntas. Yo no entendía que había dicho de gracioso y empezaba a mosquearme tanta risita. Lo único que quería es que me explicaran cuál era el chiste, ya que a Clara y a mí nos parecían muy lógicas mis dudas.

-Lo que pone ahí, es una ironía y significa que hay políticos que se llevan el dinero de la gente y eso hace que las cosas no vayan bien. Por eso les llaman chorizos, que para que lo entiendas significa ladrones -me explicó papá una vez se recuperó de sus risas.

-A ver, no sé si te he entendido bien, pero una ironía es como cuando tú le dices a mamá “no cariño, tú no estás gorda, estás fuerte” -repliqué muy seria.

La tía de Clara y mi papá se quedaron mudos al escucharme, aunque a los pocos segundos volvieron a estallar de risa con mi razonamiento. Cuando por fin pararon, mi papá comenzó a explicarme que aquello era una manifestación, que había hecho la gente que estaba harta de pagar las cosas que hacían mal los gobernantes y los bancos. A todos ellos se les conocía como los “indignados”, que según él, quería decir que estaban enfadados y su manera de protestar pacíficamente, era montando un campamento en la ciudad, cantando, escribiendo pancartas e intentando que los políticos y los banqueros los escucharan para que se cambiaran las cosas.

Una vez despejada la duda de los “chorizos”, debo reconocer que a Clara y a mí nos gustó mucho aquel campamento. Nos lo pasamos genial con aquellas personas tan amables. A pesar de que no entendía muy bien lo que querían, una cosa me quedó clara, deseaban cambiar el mundo.

Ya en casa, comencé a pensar que yo también intentaría cambiar el mío y cuando me obligasen a hacer algo que no me gustase, protestaría y cantaría como los “indignados”. Solo espero que ellos tengan más suerte, pues estoy segura que cuando yo lo haga lo único que conseguiré es irme a la cama sin postre.

jueves, 10 de mayo de 2012

Ninguna barrera nos hace diferentes

Esta mañana, papá vino a despertarme antes de lo normal. Me pidió que me levantase que teníamos una visita especial. ¿Una visita a estas horas? ¡Qué raro me parecía! Así, extrañada y medio adormilada, me levanté y le seguí hasta el salón. Al llegar creí ver al abuelo sentado en el sofá y me froté los ojos porque no me podía creer que estuviese allí.

-¡Buenos días mi niña preciosa! -me saludó.

-¡Abuelo! ¡Qué maravillosa sorpresa! -contesté abalanzándome sobre él para darle un beso y un abrazo.

-Yo también me alegro mucho de verte pequeña -dijo apretándome fuerte contra él.

Mi abuelo es una persona maravillosa y a la que yo quiero muchísimo, bueno… a la abuela también. Pero tengo que reconocer que yo siento una debilidad especial por él. Ellos son los padres de mi papá y viven en una granja de un pequeño pueblo que está situado a las afueras de la ciudad. A mí me encanta disfrutar de su compañía y acostumbro a pasar las vacaciones con ellos. Aunque estaba muy contenta de verle, tuve la sensación de que algo raro pasaba, ya que no era normal que él estuviese en nuestra casa tan temprano.

-Vamos María, ahora que ya le has saludado, vete a vestirte que se hace tarde -dijo mamá mientras yo me resistía a soltar al abuelo.

-Venga cariño, obedece que después ya hablaremos. Además hoy me quedo a comer con vosotros, así podrás contarme qué tal te va en la escuela -me dijo él.

-Vale, estupendo que te quedes. Pero no pasará nada malo ¿Verdad? -pregunté algo preocupada.

-No nena, tranquila, he venido porque tengo que arreglar unas cosas en la ciudad, nada más -respondió él con una sonrisa.

Sus palabras no me convencieron mucho, pero hice lo que mamá me pidió ya que no quería llegar tarde al colegio. Así que me fui a mi habitación para prepararme, mientras papá y el abuelo quedaban charlando en el salón y aunque intenté escuchar lo que decían, fue imposible, ya que hablaban en voz baja. Igual que hacían mis padres cuando no querían que yo me enterase de lo que pasaba. Eso no me gustó nada y cada vez estaba más segura de que estaban ocultando algo ¡Van listos si creen que me pueden engañar!

Una vez terminé de desayunar, ellos dos me llevaron al colegio. Al llegar papá me dijo que me recogería mi hermano Pedro, porque a él no le iba a dar tiempo ya que tenía que acompañar al abuelo. Me despedí de los dos y me dirigí hacia mi clase. La mañana se me hizo larguísima, estuve intrigada y no pude concentrarme. Ya sé que algunas veces soy un poco exagerada, pero necesitaba que me explicasen qué estaba pasando. No entiendo esa manía de los mayores de ocultarme las cosas, si al final me acabo enterando igual.

Por fin sonó el timbre que anunciaba que las clases habían terminado. Salí disparada hacia el patio donde ya me esperaba mi hermano. Al llegar a su lado, le pregunté si a él no le extrañaba la visita del abuelo. Pero como siempre, a Pedro todo le parecía normal ¡Qué niño este, nunca se entera de nada! Cuando llegamos a casa todo estaba listo para comer. Nos sentamos a la mesa y pude observar que papá tenía cara de preocupación. Así que ya no pude aguantarme más.

-¿Me vais a decir qué pasa? Tarde o temprano tendréis que hacerlo -dije de repente.

-No pasa nada María, no sé por qué dices eso -contestó papá.

-Es mejor que se lo cuente, además tiene razón, acabará por saberlo -replicó el abuelo-. Mira cielo, lo que pasa es que he venido a la ciudad porque fui a visitar al médico.

-¿Estás enfermo? -pregunté nerviosa.

-Bueno, algo parecido. Estoy perdiendo el oído -respondió.

-¿Cómo que estás perdiéndolo? ¿No sabes dónde lo tienes? -interrogué sorprendida.

-¡Ay nena, qué cosas se te ocurren! Está en el mismo sitio -dijo entre risas-. Lo que quiero decir es que me estoy quedando sordo y en pocos meses ya no podré escuchar tu preciosa voz -finalizó.

Durante un rato me quedé sin saber qué decir. No podía imaginar que se sentiría al no poder oír nada. Me sentí triste por él, pero pensé que para mí seguiría siendo el mismo de siempre. Lo importante era que estaba bien y yo no iba a dejar de quererle por eso, al contrario, en ese momento todavía le quería más.

-No te preocupes abuelo, que cuando ya no puedas oírme yo te escribiré todo lo que salga de mi boca. Lo haré con una letra muy bonita para que recuerdes cómo es mi voz, y te contaré todo lo que me pase para que no te pierdas nada. Será como si me escuchases igual -dije con una sonrisa y acercándome a él para abrazarlo.

Durante unos minutos, el silencio invadió la cocina de mi casa. Sentí todo su amor y emoción acurrucada en su pecho. En ese momento me di cuenta de que entre nosotros no había barreras, ya que el amor que sentíamos era lo más importante de todo. Y pensé que ninguna sordera del mundo me separaría jamás de mi abuelo.

jueves, 3 de mayo de 2012

El Día del Trabajador no fue una fiesta

Ayer no tuvimos colegio porque era festivo. Se celebraba el Día del Trabajador y la forma que tenían de hacerlo era con una jornada de descanso. A mí me parece muy bien que dediquen un día para ellos, porque se lo merecen. Pero lo que no tengo muy claro, es lo que celebramos. Según papá cada día más gente pierde su trabajo y es más difícil encontrar otro y las familias, como la mía, sufren para llegar a final de mes porque no les llega el dinero. Entonces ¿Por qué hacemos una fiesta?

De todas formas, a mí lo que realmente me importaba es que no teníamos clase. Así que esa mañana pude dormir todo lo que quise, bueno… todo no, porque a las once mamá vino a mi habitación diciéndome que me levantase que ya era tarde. Obedecí a regañadientes y me fui a la cocina, donde ella ya tenía un montón de tareas para que hiciésemos por la mañana. Quería que la ayudase a limpiar la casa, recoger la ropa y no sé cuantas cosas más; pero a mí no me pareció nada justo ¿Por qué teníamos que trabajar hoy? ¿Acaso no era el Día del Trabajador? No entendía nada y le dije muy seria que yo también tenía derecho a hacer fiesta y que si seguía mandándome hacer cosas me pondría en huelga.

-Muy bien María, así me gusta -dijo papá entrando en la cocina.

-Di que sí, tú anímala y que no aprenda a hacer nada -contestó mamá enfadada.

-No es eso mujer, pero la niña tiene razón, hoy no es un día para trabajar. Ya haremos esas cosas en el fin de semana -habló papá con una sonrisa.

-Gracias papi, eres el mejor -le dije muy contenta de que me apoyase.

-De nada cielo, además esta tarde iremos al centro que muchas personas se van a reunir allí para celebrar este día.

¡Qué bien! Además de no ir al colegio y no tener que ayudar a mamá en la casa, iríamos de fiesta. Me estaba gustando mucho este día y ya me imaginaba que en el centro de la ciudad habría puestos de chucherías, de juguetes y a lo mejor alguna atracción a la que subirse como cuando son fiestas. Así de feliz me fui a mi habitación para vestirme y recogerla un poco, ya que esa era una tarea de la que no me podía librar.

Por fin llegó la tarde y salimos de casa para ir al centro. En el portal nos encontramos con Hugo y su perrito Iker, que también se dirigían hacia allí. Al agacharme para acariciarlo me di cuenta de algo que llamó mucho mi atención. Llevaba una especie de chalequito donde se podía leer “Sin trabajo no hay pienso”

Aunque no entendí muy bien el significado de aquello, no quise preguntarle nada ya que tenía la ligera impresión de que pronto lo adivinaría. Entonces Iker comenzó a tirar de la correa como si tuviese prisa, y juntos nos dirigimos calle abajo. Cuando llegamos había mucha gente con pancartas y banderitas. Pero lo que no veía por ningún sitio eran las chucherías, ni las atracciones, ni nada de nada ¿Pero qué clase de fiesta era aquella? Además nadie parecía contento, la gente gritaba cosas que no comprendía muy bien y había un grupo de personas que llevaban una pancarta enorme en la que ponía “TRABAJO, DERECHOS Y DIGNIDAD”

-¿Qué es esto papá?

-Es una concentración para celebrar el Día del Trabajador -me contestó.

-Pero ¿No era una fiesta? ¿Y por qué parecen enfadados?

Entonces papá me explicó que sí lo era, que en este día se celebraba que todos teníamos derecho a un trabajo que nos permitiese vivir dignamente. Pero este año tenía algo diferente, debido a todas las cosas que estaban haciendo mal nuestros gobernantes. Me siguió diciendo que muchos trabajadores podían perder su trabajo, debido a la cantidad de recortes que estaban haciendo, y eso, no podíamos permitirlo. Es por ello que este día se ha convertido en una forma de protestar, para que sepan los que mandan, que no pueden hacer lo que quieran.

En ese momento, el chalequito del perrito de Hugo empezó a tener sentido. Claro, sin trabajo el animalito no tendría para su pienso, y con razón protestaba. Esto y la explicación de papá me hicieron pensar que ser mayor es muy difícil. No solo tienes que trabajar duro para poder tener una casa, comida y ropa. Además tienes que pelearte para que no te lo quiten, o algo todavía peor, también puede pasar que cuando crees que ya lo conseguiste y tienes un trabajo seguro, aparezca una Señora Crisis y te deje sin nada. ¡Qué injusto me parece el mundo de los mayores! Cada vez tengo menos ganas de crecer.