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miércoles, 20 de junio de 2012

No desprecies a los demás por lo que no tienen

El sábado pasado me levanté muy temprano. Me puse las zapatillas de casa y medio adormilada salí disparada hacia la cocina, donde estaban mis padres desayunando. Entré como un huracán, y casi sin darles los buenos días, empecé a decirle a mamá que me esperase, ya que quería irme con ella a su peluquería. Me apetecía mucho acompañarla y ver su trabajo más de cerca. Además podría ayudarla con las clientas, hacerle compañía y proporcionarles conversación mientras esperaban su turno. Aunque al principio mi idea no pareció gustarle mucho, me explicó que no era tan divertido como yo pensaba y que terminaría por aburrirme, y por eso era mejor que me quedase en casa. Pero nada de lo que me dijo consiguió hacerme cambiar de parecer.

-¡Venga mami! ¡Por favor! Te prometo que me portaré muy bien y no hablaré si tú no quieres -le dije con carita de niña buena.

-Déjala ir mujer, total no podrás convencerla, ya sabes que cuando se le mete algo entre ceja y ceja ya no hay nada que hacer -habló papá poniéndose de mi parte.

-Bueno, está bien, tú ganas. Ahora ve a vestirte que es tarde -concluyó mamá, mientras yo se lo agradecía con besos y abrazos.

Salí de la cocina y me dirigí hacia mi habitación. Nada más llegar, lo primero que hice fue mirarme en el espejo de mi armario. Quería ver qué era lo que tenía entre las cejas, pero por mucho que busqué, no encontré nada. Entonces pensé que seguramente era otra de esas expresiones de mayores, que cada vez me parecen más raras y sin sentido. No quise darle más vueltas al asunto, así que me vestí rápidamente y salí hacia la puerta donde ya me esperaba mamá.

No tardamos mucho en llegar, ya que la peluquería estaba cerca de nuestra casa. Una vez allí, abrimos la puerta y encendimos las luces para que la gente supiera que el negocio estaba abierto. Pasados unos diez minutos, comenzaron a aparecer las primeras clientas. Al verlas, le pregunté a mamá qué quería que hiciese, entonces me puso de encargada para recibirlas, recoger sus chaquetas y darles las revistas para que leyesen mientras esperaban.

La mañana transcurrió entre las animadas charlas de las clientas. Eran muy simpáticas y me lo pasé muy bien. Le dijeron a mamá que tenía que llevarme más veces porque era una niña encantadora. Incluso me dieron propina por mi buen trabajo y llegué a reunir cinco euros, por lo que me sentía feliz. Pero entonces ocurrió algo que no me esperaba y a pesar de que le prometí a mamá que me portaría bien, no pude remediar hacer lo que hice.

-Buenos días, tengo que decirte que últimamente esta peluquería esta perdiendo su buena imagen, no deberías permitir ciertas cosas -habló una señora muy elegante que acababa de entrar.

-Buenos días Doña Manolita, y perdone, pero no entiendo a qué se refiere -le contestó mi mamá.

-Mujer, ¿a qué va ser? A esos harapientos que tienes ahí en la puerta -dijo señalando hacia la entrada en un tono muy desagradable.

-Doña Manolita, no son unos harapientos. Es una mujer con su hijo pequeño, están pasando una mala situación y suelen venir los fines de semana porque siempre les doy algo para ayudarles un poco -le explicó mamá con una sonrisa.

-Pues no me parece bien, yo vengo a la peluquería para arreglarme y pasar un rato agradable, no para ver desgracias ajenas. Además deberías pensar más en la buena imagen de tu negocio que en esos pobres miserables -replicó con desprecio.

-Usted es la pobre miserable y no ellos. No tiene corazón señora, ni vergüenza. Debería dar gracias por no verse en una situación tan triste como esa gente a la que tanto desprecia. La única que da mala imagen al negocio de mi madre es usted -dije muy seria y enfadada.

-¿Cómo te atreves niña? Eres una mal educada -me contestó muy ofendida-. Deberías enseñar un poco de respeto a tu hija, y que sepas que acabas de perder una clienta -le dijo a mi madre.

-Siento mucho que piense así Doña Manolita. Pero es usted la mal educada, no María. Buenos días señora -habló mamá mientras la invitaba a salir de la peluquería.

Una vez se marchó, no pude evitar sentirme mal. Me había levantado aquella mañana para ayudar a mamá y lo único que conseguí fue que perdiese una clienta. Le pedí perdón por haberle contestado así a aquella mujer. Pero mi madre me dijo que no tenía nada que perdonarme y que se sentía muy orgullosa de mí. Me explicó que la gente que despreciaba a otras personas porque tenían menos, no merecían ningún respeto. Después cogió una bolsa donde tenía unos bocadillos y me pidió que se los diese a la señora y a su hijo. Además de darles lo que me mandó mamá, también les dí los cinco euros que me había ganado en propinas, ya que pensé que ellos los necesitaban más que yo.

jueves, 7 de junio de 2012

Aprobando a trancas y a barrancas

Estos días mis padres están un poco preocupados por mi hermano Pedro. El motivo son sus exámenes finales, ya que tienen miedo a que suspenda alguna asignatura. En este momento, mi hermano esta en el último curso de la ESO y según tengo entendido es el más difícil de todos, aunque a mí no me lo parece. La verdad es que él y yo somos muy diferentes a la hora de estudiar. A mí no me cuesta nada y siempre saco buenas notas, bueno… solo las matemáticas se me atascan un poco. En cambio, a él le hacen falta muchas horas de estudio para terminar sacando suficientes y algún que otro bien.

Por eso, mamá siempre dice que Pedro va aprobando “a trancas y a barrancas”. Esto significa que es algo que le cuesta mucho y que aunque parezca que no lo va a conseguir, al final lo logra. Por esta razón, en estas fechas, ellos están más pendientes de mi hermano. Incluso lo presionan para que trabaje más y a veces lo asfixian un poco, a lo que él replica con un “me estáis rayando”.

Este mediodía, Pedro entró en casa con mala cara, no saludó a nadie y se fue derecho a su habitación. Mamá, temiéndose lo peor, fue a hablar con él y le preguntó si le pasaba algo malo. Mi hermano le contestó que por favor lo dejase un rato tranquilo y que luego iría a comer. Pasados unos minutos, apareció en la cocina y se sentó en la mesa sin decir ni palabra.

-¿Se puede saber qué te pasa? -le preguntó papá.

-He suspendido Historia y Lengua -respondió con tristeza.

-Bueno, no te preocupes, todavía puedes recuperarlas a final de mes -le dijo mamá.

-No creo que lo consiga, estoy cansado de estudiar y total ¿para qué? -habló con desanimo.

-No digas eso, ya sabemos que es difícil y este curso te está costando mucho, pero no hay que perder la esperanza. Seguro que si te esfuerzas un poco más, lo conseguirás -dijo papá intentando animarle.

-No entiendo por qué me dices que me esfuerce. Estoy harto de hacerlo y no sirve de nada. Además yo no voy a estudiar ninguna carrera universitaria, lo único que quiero es terminar de una vez y ponerme a trabajar -respondió muy serio.

-De eso nada, tú no vas a trabajar. ¿Y por qué dices que no estudiarás una carrera? Claro que lo harás -concluyó papá algo molesto.

-Pero qué dices ¿cómo vais a pagarla?, si no tenemos dinero y siempre os estáis quejando de los gastos. Somos pobres papá y los pobres trabajan, no estudian -dijo Pedro en un tono despectivo.

-No te atrevas a hablarme así. Si tenemos dinero o no, eso no es algo que deba preocuparte. Nosotros haremos lo imposible para que tanto tú como tu hermana estudiéis lo máximo posible -dijo papá casi gritando y muy enfadado.
-Bueno, ya esta bien. Haz el favor de comer y ya hablaremos en otro momento -dijo mamá intentando calmarles.

-Comed vosotros, yo no tengo apetito -contestó Pedro, mientras se levantaba de la mesa y salía hacia su habitación.

Durante un rato nos quedamos callados, sin saber qué decir. Yo me sentía mal por mis padres y sabía muy bien que estaban disgustados por la manera en la que les había hablado Pedro. Así que nada más terminar de comer, me fui a su cuarto para hablar con él. Entré sin llamar para que no pudiese decirme que no pasara y cerré la puerta. Mi hermano estaba tirado en la cama, con los cascos puestos y supongo que escuchaba esa música horrible que a él tanto le gusta. Debía tenerla muy alta, porque ni siquiera se dio cuenta de que yo había entrado.

-Pedro, quiero hablar contigo -le dije dándole un codazo para que me hiciese caso.

-¿Qué haces aquí? Lárgate -me habló de malas maneras.

-No, no voy a irme y tú vas a escucharme quieras o no -contesté muy decidida.

-Pero ¿tú de qué vas niña? -me preguntó cada vez más enfadado.

-Voy de hermana mayor, ya que tú has decidido comportarte como si fueses el pequeño -contesté con ironía-. Que sepas que te has portado fatal con papá y mamá, ellos solo quieren ayudarte y se esfuerzan mucho para que a ti y a mí no nos falte de nada -continué diciéndole.

Por un momento, Pedro se quedó sorprendido mirándome e incapaz de reaccionar, por lo que seguí diciéndole que nuestros padres bastantes problemas tenían ya, para que él les hablase así. Le expliqué que yo le ayudaría a recuperar las asignaturas que tenía suspensas. Tenía un sistema muy bueno que me había enseñado la señorita Paula, mi profesora, por el cual le sería muy fácil estudiar.

-Confía en mí Pedro, pero por favor, ahora ve a pedirles perdón a nuestros padres -concluí.

-Tienes razón María, me he pasado. ¿Sabes una cosa peque? -me preguntó.

-No sé, pero si me lo cuentas me entero -respondí.

-Eres la mejor hermana que se puede tener -me dijo con una sonrisa.

En ese momento, se levantó de su cama y se dirigió hacia la cocina. Nada más entrar, les pidió disculpas a papá y a mamá. Les explicó que sabía muy bien todos los esfuerzos que hacían por nosotros y que él no tenía ningún derecho a hablarles así. Ellos le contestaron que no debía preocuparse por nada y que entendían que solo había sido un mal momento. A continuación se abrazaron los tres, mientras yo los observaba desde la puerta de la cocina. Me sentía feliz, porque finalmente, la paz volvía a mi casa.