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martes, 25 de septiembre de 2012

En el colegio creamos un banco de libros

A pesar de que las vacaciones me encantan, ya tenía ganas de que empezase el colegio. Sobre todo para volver a encontrarme con Clara, mi mejor amiga, ya que en todo el verano apenas nos habíamos visto.

Así que ayer regresamos a la rutina de madrugar y tener que volver a estudiar. Mi papá me acompañó en este primer día y nada más llegar, me encontré con Clara. Al vernos corrimos para abrazarnos entre grititos de alegría. Rápidamente comenzamos a contarnos todo lo que habíamos hecho durante aquellos dos meses. Le expliqué con todo detalle mis vacaciones en la granja de los abuelos y lo bien que me lo había pasado con mi amiga Andrea, la niña que conocí en el pueblo. Ella también disfrutó mucho, ya que su tía la llevó a la playa y lo pasaron genial.

Después de ponernos al día, subimos a nuestra clase para reunirnos con el resto de compañeros. Una vez nos saludamos todos, fuimos poco a poco ocupando nuestros pupitres. La verdad es que estas primeras semanas de colegio son las mejores, ya que no hay deberes y las pasamos haciendo jornadas de convivencia para conocernos un poco más. Aunque  pocas cosas han cambiado con respecto al año pasado, la señorita Paula sigue siendo nuestra profesora y tan solo tenemos cuatro compañeros nuevos, tres niñas  y un niño. Este último se incorporará a nuestra clase la semana próxima. Al oír eso, todas comenzamos a cuchichear pregúntanos cómo sería el nuevo chico. Era una sensación extraña porque antes esas cosas no nos importaban y ahora nos ponemos tontas, ¿será que nos hacemos mayores?

-Bueno chicos atenderme un momentito que voy a explicaros algo -habló de pronto la profesora sacándome así de mis pensamientos-. Este año el colegio ha decidido crear un banco de libros.

-¿Un banco de libros?, ¿y eso qué es? -preguntamos sorprendidos.

Durante un rato, comencé a imaginar cómo la gente podría sentarse en un banco de libros. Recordé que en los parques y en las calles que conozco los bancos son de madera o de metal, pero nunca de libros. Luego creí que se referiría a los bancos donde se guarda el dinero, y en este caso, se guardarían libros. Pero no tenía lógica, porque para eso ya están las bibliotecas. Que lío me monté y por más vueltas que le dí no lo comprendí, menos mal que la señorita Paula terminó por explicárnoslo.

-Cada familia aportará los libros que tenga en casa de cursos pasados. Los juntaremos todos en la biblioteca y los repartiremos entre los alumnos. De esta forma el gasto que supone comprar los libros para vuestros padres será mínimo, ya que solo compraremos los que nos falten.

-Entonces ¿tenemos que traer los libros del año pasado? -preguntó Clara.

-Eso es, durante esta semana quiero que todos traigáis los libros de texto que tengáis en casa. Hasta que no los tengamos no comenzaremos a estudiar en serio -respondió la maestra.

-¡Qué bien! Pues tardaremos en traerlos así nos pasaremos el curso jugando y sin deberes -dijo uno de los niños muy contento, provocando así, las risas de los demás.

-Ya sé que no os apetece mucho trabajar después de las vacaciones, pero cuanto más tardemos en empezar, más tendremos que estudiar luego ¿lo habéis entendido? -nos preguntó nuestra profesora.

-Sí señorita -contestamos todos a la vez.

Cuando llegué a casa, les expliqué a mis padres lo que nos contó la señorita Paula. A ellos les pareció una magnifica idea y alabaron el buen hacer del colegio. Papá dijo que esa era la forma de avanzar, aprovechando los libros de texto y no comprarlos sin necesidad. Cosas así eran las que se necesitaban para salir de la crisis que tanto asfixiaba a muchas familias. Además era absurdo que cada año se comprasen libros nuevos, ¡como si cambiasen tanto las cosas! Siguió razonando que el contenido de muchas asignaturas era siempre el mismo y las variantes que había eran mínimas. Al final, si se pedían libros nuevos, no era por el bien de los niños, sino porque se beneficiaban las editoriales y algunos colegios.

Me di cuenta en ese momento que él tenía razón. Tanto hablar en las noticias de que había que apretarse el cinturón y que debíamos ahorrar para terminar con la malvada Señora Crisis, pero luego al empezar el curso escolar, muchas familias tenían que gastarse un dinero que no tenían en  comprar libros nuevos. No tiene sentido, por eso lo que va a hacer mi colegio deberían hacerlo todos, porque así no solo ayudamos a los padres sino que también reciclamos libros de texto viejos.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Mi verano con Andrea y el fin de las vacaciones

Que penita me da que ya se estén acabando las vacaciones. En poco más de una semana empezará de nuevo el colegio y todo volverá a ser lo mismo. ¡Con lo bien que estaba en la granja de mis abuelos! Después de haber pasado todo el mes de agosto con ellos, hoy regresé a casa. Nada más llegar, mamá y papá me recibieron con besos, abrazos y montones de achuchones, y aunque yo también me alegré de verles, creo que exageraron un poquito ¡Ni que me hubiese ido a la China!

Tan solo llevo un día en casa y ya echo de menos el pueblo. Allí la vida es infinitamente mejor que en la ciudad. Todo es paz y tranquilidad. Además me dejaron hacer un montón de cosas. Podía salir a la calle sin miedo al tráfico…básicamente porque no hay. Cualquier hora es buena para ir a jugar y no tenía que acostarme temprano. También me divertí con los animales de la granja: las ovejas, las vacas, los cerdos y las gallinas. Todas las mañanas ayudaba al abuelo a cuidarlos y ellos me lo agradecían en sus diferentes idiomas. Aunque lo mejor de todo, fueron las tardes en la piscina del pueblo. Mi abuela me llevaba casi todos los días para que pudiese darme un chapuzón, y poder así, hacer amistad con los otros niños. Fue allí donde conocí a Andrea.

Ella era una niña un poco diferente a los demás. Casi siempre estaba metida en líos y por eso terminaba castigada y sola. Nadie quería jugar con ella y apenas tenía amigos. Solo se acercaban para provocarla y que hiciese las trastadas que los demás no se atrevían a hacer. Por supuesto Andrea lo hacía y acababa cargando con las culpas de todo, por lo que su fama de traste crecía cada día más.

Todo el mundo la criticaba a ella y también a sus padres, a los que culpaban del comportamiento de la niña. A mí, en cambio, me parecía muy graciosa y creo que la gente exageraba mucho. Así que decidí hacerme su amiga, pero de las de verdad. No haría como los demás que solo la utilizaban para burlarse de ella.

Poco a poco fui descubriendo que Andrea era una niña encantadora, muy cariñosa y que lo único que quería era jugar y divertirse. También supe que padecía una especie de enfermedad que se llamaba hiperactividad. Su mamá me explicó que esto la hacía actuar sin pensar en las consecuencias. Además tenía dificultad para aprender las cosas debido a que le costaba concentrarse y prestar atención.

-¡Oh que pena! Ahora lo entiendo todo -le dije.

-No debes sentir pena María, es una niña como las demás que solo necesita cariño y compresión. Pero la gente prefiere criticarla a comprenderla -me explicó su mamá.

-Pues yo le daré todo eso y me gustaría mucho que la dejases venir a dormir a mi casa, ¿me das permiso, por favor? -le pregunté.

-Siii mami, déjame ir con María, anda porfis -habló Andrea toda emocionada.

-Vale, vale, está bien. Pero primero deberías preguntarle a tu abuela nena, ya que no me gustaría molestarla -contestó su mamá.

-No te preocupes, estoy segura de que ella aceptará encantada -respondí con una sonrisa.

-De acuerdo, entonces puedes ir Andrea, pero recuerda portarte bien -concluyó su madre.

Aquella fue la primera noche que pasamos juntas y recuerdo que fue estupenda. Ayudamos a mi abuela con la cena y al terminar recogimos todo. Andrea tanto quería hacer, que cogió los platos alocadamente y con tanta prisa terminó rompiendo uno. La pobre se quedó muy triste y no paraba de pedir perdón. Pensaba que ya no íbamos a quererla por eso. Pero en ese momento la abracé fuerte y le dije que no importaba nada, tan solo era un plato y nada más. Desde aquel día, ella y yo fuimos inseparables.

Pasamos el resto del mes juntas y nos hicimos muy buenas amigas. Lo pasamos genial: nos bañamos en la piscina, hicimos un pequeño picnic con su madre, montamos en bicicleta y también ayudamos al abuelo a recoger la fruta madura de la granja. Mientras Andrea y yo estuvimos juntas, ninguno de los niños del pueblo quiso jugar con nosotras. Incluso le llegaron a decir a mi abuela que cómo me dejaba andar con ella, que era una mala influencia para mí. Pero ella les contestó que vergüenza debería darles, y que lo que tenían que hacer, es enseñar a sus hijos educación y no a despreciar a los demás por ser diferentes.

Aunque me sentí muy orgullosa de la respuesta de mi abuela, no pude evitar sentir mucha pena, al comprobar como la gente  rechazaba a Andrea sin conocerla. Ni siquiera le daban la oportunidad de demostrar lo maravillosa que era. Pero bueno, ellos se lo perdían, para mí era mi amiga y punto. Así que cuando tuve que regresar a la ciudad nos despedimos entre lágrimas y prometimos escribirnos. Sin duda ha sido un buen verano y ya tengo ganas de que llegue algún fin de semana largo, para volver al pueblo y jugar con ella.