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jueves, 20 de noviembre de 2014

Naiara

Hace poco más de un mes que nació Naiara. Ella es la nieta de mi autora, Silvia, a la cuál, la idea de ser abuela no le hacía mucha gracia, según le escuché decir a mi mamá. No entendía porqué no. Los bebés son muy lindos, pequeñitos y suaves, a mí me encantan. Creo que son lo más bonito del mundo. Entonces ¿Por qué a Silvia no le gustaban? Seguro que había una respuesta lógica para aquella pregunta…o no. Pero esta tarde estaba decidida a descubrirlo, ya que iríamos a conocerla.

Antes de ir a su casa, fuímos a comprar un regalito para Naiara. Así que de camino paramos en una tienda de bebés. Era un mundo en miniatura y me gustaba todo lo que tenían: desde los vestiditos, bodys, calcetines, pantalones, jerseys, etc, todo era precioso. Me costaba decidirme entre tantas cosas, si por mí fuese compraba la tienda entera. Pero claro, eso era imposible. Finalmente le compramos un pijamita de color rosa con un osito dibujado.

-¿Estás segura que esto le servirá? -pregunté al ver el tamaño del pijama.

-Claro cariño, es un bebé y no es más grande que tu brazo -contestó la dependienta con un guiño.

-¿Qué dices? No puede ser, si ya tiene un mes. Seguro que ha crecido mucho y esto no le vale -dije muy convencida.

-No te preocupes que esta talla es hasta los tres meses, así que tranquila -me explicó mamá.

-Pues no sé, pero me lo estoy probando en el brazo y me queda pequeño -dije intentando colocármelo bien.

Ahí fue cuando mi mamá y la dependienta empezaron a reírse a carcajadas. Bueno. ¡Ya estamos! A saber qué diría o haría que tanta gracia les hizo. Supongo que estaba muy graciosa con el pijamita en el brazo y seguro que era esa la razón de sus risas. Pero preferí no preguntar y devolverle el pijama a la dependienta para que lo envolviese en papel de regalo. 

Al rato salimos de la tienda y quince minutos después llegamos a la casa de Andrea y Jorge, los padres de Naiara. También estaban Silvia y Juan, que eran los abuelos de Naiara y papás de Andrea. Fueron ellos los que nos esperaban en la entrada y nos recibieron con besos y abrazos, al tiempo que nos invitaron a pasar al salón de la casa. Allí encontramos a Andrea con su bebé en brazos. Rápidamente me acerqué para ver a la niña.

-¡Qué bonita! -exclamé al verla.

-Gracias María, para mí es una princesa -dijo Andrea con una sonrisa.

-Claro que lo es y por eso le traemos un regalo. Reconozco que pensé que no le serviría pero ahora, al verla, creo que le va a quedar perfecto -le dije, entregándole el pijamita.

-¡Es precioso! Sois muy amables, muchas gracias -respondió muy contenta.

-¿Puedo acariciarla? -pregunté a su mamá.

-Por supuesto, le encantan los mimos -contestó.

Muy despacio pasé uno de mis dedos por su carita. Era muy suave, y fue en ese momento cuando entendí una de esas expresiones de mayores: “tienes la piel más suave que la de un bebé” Pero me parecía imposible, porque yo nunca había tocado nada tan suave como aquella carita. Lo que afianzaba mi creencia de que la mayor parte de los dichos de los adultos eran sinsentidos.

De pronto, Naiara comenzó a llorar. Me asusté un poco porque creí que era por mi culpa. Pero su mamá me explicó que era su forma de comunicarse. Entonces se acercaron los abuelos y mi mamá, y empezaron a hacerle mimos y carantoñas. Hablaban con unas palabras rarísimas y le hacían muecas extrañas. Normal que llorase, yo también lo haría si me hacen eso ¡Mayores!

En ese momento, Silvia cogió al bebé en brazos. La acarició suavemente, al tiempo que la mecía, y poco a poco, Naiara dejó de llorar. El amor y la dulzura con la que la miraba no era de alguien que no le gustasen los bebés, al contrario, se notaba que le gustaba y mucho. Así que no pude evitar preguntarle porqué no le hacía gracia ser abuela. Después de las risas, me explicó que no era que no le gustase, simplemente que siempre pensó que lo sería cuando fuese vieja.

-Pero eso es una tontería, tú no eres vieja por ser abuela. Además ella tiene mucha suerte porque podrá disfrutar de ti mucho más tiempo e incluso puede que conozcas a sus hijos ¿eso no te gustaría? -le pregunté curiosa.

-Tienes toda la razón María, y ahora sé que es una suerte llegar a ser abuela -me dijo ligeramente emocionada con su pequeña en brazos.

Poco después nos despedimos de ellos y regresamos a casa. Por el camino no pude evitar acordarme de mi abuela. Ella también lo fue siendo joven y para nosotros es la mejor del mundo, una segunda madre para mi hermano y para mí. Creo que la edad no tiene nada que ver para ser abuela y voy a deciros un secreto que me contó una vez la mía: “ser abuela no te hace más vieja, te hace más sabia”.

miércoles, 18 de junio de 2014

Los voluntarios de la Cruz Roja

A pocos días de que termine el curso escolar, nuestra profesora, la señorita Paula, decidió que hoy haríamos una pequeña salida fuera del colegio. A todos nos encantó la idea, ya que cualquier actividad fuera del centro siempre era bien acogida. Esta vez conoceríamos de primera mano el trabajo que realizan los Voluntarios, concretamente los de la Cruz Roja.

Antes de salir nos recordó las normas de comportamiento, a pesar de que ya somos mayores y se supone que nos las sabemos de memoria. Creo que a los adultos les gusta mucho eso de repetir lo que debemos y no debemos hacer ¿Acaso creerán que somos sordos? ¿O quizás que no lo entendimos la primera vez que nos lo explicaron? De todas formas son costumbres que ellos tienen y que a las que ya no les busco mucha explicación. Solo espero que cuando yo sea grande no sea tan repetitiva.

Durante el camino, la señorita Paula, nos fue explicando que la Cruz Roja era una institución humanitaria que nació hacía 150 años, en principio con la intención de cuidar a los heridos en tiempos de guerra. Poco a poco se convirtió en un movimiento internacional que se dedicaba a ayudar a los demás, siempre con la inestimable ayuda de los Voluntarios.

-¿Alguien sabe qué son los Voluntarios? -nos preguntó la profesora.

-Voluntarios son los que hacen algo sin recibir nada a cambio -contestó Lucas muy seguro.

-Eso es, aunque sí que reciben algo. Su labor es recompensada con la gratitud de las personas a las que ayudan. Muchas veces una sonrisa o un simple gracias vale mucho más que cualquier otra recompensa -nos contó la señorita Paula.

Me quedé durante un rato meditando las palabras de mi maestra, y tenía razón cuando decía que, muchas veces el agradecimiento era mejor que cualquier otra cosa. Yo había sentido eso al hacer una buena acción. Recuerdo la satisfacción que me invadía y lo bien que me sentía conmigo misma.

Así, ensimismada en mis pensamientos y casi sin darme cuenta, llegamos al edificio donde se encontraban las instalaciones de la Cruz Roja. No era un inmueble muy alto. Tenía tres plantas y la fachada era de piedra con grandes ventanales de color rojo. En el medio, había una enorme bandera blanca con una cruz roja en el centro. La profesora nos explicó que este era el símbolo de la institución.

Entramos, y allí nos esperaba una señora muy sonriente. Se presentó como la directora del centro y nos dio la bienvenida. Con un gesto nos invitó a seguirla para enseñarnos las instalaciones. Todos la seguimos observando curiosos y atendiendo a las explicaciones que nos iba dando.

-Aquí está la pequeña centralita donde recibimos las llamadas de la gente que necesita algún tipo de ayuda. Debéis saber niños que nosotros intentamos ayudar a personas que están solas, enfermas o son muy mayores y necesitan cuidados y compañía. También realizamos campañas de recolección de ropa, alimentos y juguetes. Además de campañas para promover el respeto a la diversidad y la dignidad humana, reducir la intolerancia, la discriminación y la exclusión social. Por supuesto no seríamos nada sin las donaciones desinteresadas de la gente y sin la maravillosa labor de los Voluntarios.

-¿Qué hay que hacer para ser voluntaria? -pregunté de pronto.

-Bueno, lo primero de todo es querer colaborar y dar parte de tu tiempo libre a estar con los demás -habló de repente una voz detrás de nosotros.

-Este es Ángel, uno de nuestros voluntarios -dijo la directora a modo de presentación, mientras nos girábamos para verle.

Nos saludo con una sonrisa y nosotros con un “Hola” al unísono, al mismo tiempo que  empezamos a hacerle un interrogatorio lanzando preguntas a modo ametralladora. Sentíamos curiosidad por saber qué hacían realmente los voluntarios. Una vez que consiguió calmarnos, nos condujo a una sala que parecía como una de las aulas del colegio. Nos pidió que nos sentásemos en las sillas que había y con mucha paciencia nos fue explicando qué hacían exactamente.

Nos contó que intervenían para que las personas mayores se sientan lo menos aisladas posibles. Atendían a las víctimas de accidentes y participaban en rescates. Ayudaban y educaban a jóvenes con problemas, enseñándoles valores. Jugaban con niños enfermos en centros hospitalarios y colaboraban en la inserción social de personas inmigrantes. También participaban en programas de atención a mujeres víctimas de violencia doméstica, y en definitiva, luchaban por una sociedad más justa y solidaria.

Me quedé embobada escuchándole. Eso de luchar por una sociedad más justa y solidaria me encantaba. En ese momento sentí que quería ser voluntaria, yo también quería ayudar. Estaba decidida, y así sin pensarlo dos veces lo dije en voz alta “Quiero ser voluntaria”. Al escucharme todos se quedaron en silencio, mirándome como si hubiese dicho una locura. Solo Lucas me lanzó una sonrisa de complicidad que me hizo sentir aliviada.

-Eso está muy bien pequeña, cuantos más seamos, mucho mejor ¿Cómo te llamas? -me preguntó.

-Me llamo María, y me encantaría poder colaborar -contesté entusiasmada.

-Estoy seguro de que lo harías muy bien María, pero debes tener 16 años para ser voluntaria -me dijo al mismo tiempo que la decepción cubría mi rostro.

-Entonces ¿no puedo ahora? -pregunté con voz triste.

-Bueno si quieres puedes acompañarme algún día a visitar niños enfermos en el hospital, te llevaré encantado siempre que tus padres te dejen -me dijo Ángel.

-Oh sí, gracias. Seguro que me dejan -contesté llena de alegría.

-De todas formas si dentro de unos años sigues pensando igual, siempre podrás apuntarte para ser voluntaria. Estoy seguro de que lo harás estupendamente -me explicó con una sonrisa.

Reconozco que aquella salida escolar fue una de las mejores que tuvimos en todo el curso. No solo por lo mucho que aprendí y porque iba a irme un día con Ángel a visitar niños enfermos, sino porque comprendí, la importante labor de gente desinteresada que dedicaba parte de su tiempo a ayudar a los demás. No solo en Cruz Roja, también en todas las ONG que tanto bien hacen llevando consuelo y apoyo, aliviando en cierta forma el sufrimiento de los demás.
En este momento donde la Señora Crisis se ensaña con los más débiles y donde tantas familias lo están pasando mal, poder contar con gente así es maravilloso. Lo tengo decidido, en cuanto pueda me haré voluntaria.

martes, 3 de junio de 2014

La abdicación del Rey

Ayer, cuando llegué a casa para comer, me encontré a mis padres hablando sin parar sobre una noticia que se había producido esa misma mañana. Comentaban algo sobre el rey, que no llegué a entender muy bien. Me dio la impresión de que no era una mala noticia, para variar, pero sí, que les había pillado de sorpresa. Tan ensimismados estaban que ni siquiera se dieron cuenta de que había llegado. Incluso cuando me senté en la mesa para comer, ni se inmutaron.

Hasta en la televisión no hablaban de otra cosa, y a lo largo del día, terminó por convertirse en la única noticia importante. Decían algo sobre que el rey había abdicado ¿y eso qué era? ¿una enfermedad? Bueno, teniendo en cuenta que era mayor, tampoco sería tan raro que se pusiera enfermo. Pero si fuese eso lo dirían con tristeza y parecía todo lo contrario. De pronto, la chica del informativo dijo algo sobre que abdicaba a favor de su hijo. ¡Hala, pobre chico! Contagiado por la enfermedad o lo que fuese que tuviese su padre.

-Lo que deberían era ponerse a trabajar y dejar de vivir del resto de los españoles -escuché decir a mi papá.

-Tienes razón cariño, con lo mal que está todo y está gente viviendo de la sopa boba -le contestó mamá.

¿Sopa boba? Y si esta es tan buena ¿por qué no vivimos todos de ella? No entiendo nada. Lo estamos pasando mal por culpa de la Señora Crisis y resulta que hay una sopa que lo arregla todo y ¿no la usamos? En ese momento comencé a pensar que a lo mejor era una de esas cosas de mayores y no significaba lo que yo pensaba. Como siempre hablaban en clave ¡Qué raros son! Con lo fácil que es llamar a las cosas por su nombre. No sé para que vamos al colegio a aprender palabras y significados, si luego al crecer utilizamos un lenguaje totalmente distinto, en fin.

-¿Qué es abdicar papi? -pregunté, de repente, para intentar aclarar algo.

-Significa que renuncia a su puesto y lo hace a favor de su hijo que será el nuevo rey -me explicó.

-Ah, entiendo. Entonces su hijo hereda su cargo, pero ¿no tendría que morirse su padre para eso? -interrogué curiosa.

-No cariño, él puede renunciar voluntariamente. Porque es mayor y está enfermo. Aunque este caso es diferente y creo que son los escándalos que salpicaron en los últimos años a la familia real lo que hicieron que tomase esta decisión -me contó mi papá.

-Bueno eso está bien, pero también podrían abdicar los políticos que hacen las cosas mal ¿verdad papá? -pregunté de nuevo.

En ese momento mis padres se quedaron mirándome sorprendidos. Pensé que ya había dicho alguna tontería, pero cuál fue mi sorpresa cuando mi madre me dice que eso sería lo más apropiado y lo mejor que podrían hacer ciertos políticos que no hacían bien su trabajo.

-De todas formas la labor del rey es diferente a la de los políticos que nos gobiernan -dijo papá.

-Eso quiere decir que el rey no manda ¿entonces para qué sirve ser rey? -pregunté atónita.

-El rey es el Jefe del Estado y no tiene poderes, tiene unas funciones María. Entre ellas están las de moderar y arbitrar el funcionamiento de las instituciones. También es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y el representante del Reino de España -me expuso.

¡Pues vaya! Yo pensando que el rey era el que más mandaba y ahora resulta que no. Entonces por qué las niñas deseamos ser princesas, si total no puedes mandar. Siempre soñando con el príncipe azul ¿para qué? Al final va a tener razón mamá cuando dice que todo es publicidad y poca realidad.

Aunque pensándolo bien, si eres reina puedes vivir en un palacio y seguro que no tienes que trabajar como los demás. Probablemente tendrás personal que te lo hacen todo. Ropa bonita, coches caros, viajes pagados, y lo más importante, no tienes que preocuparte por el dinero ni por llegar a fin de mes porque tus súbditos pagan todos tus gastos. Por eso no me extraña que las madres deseen que sus hijas se casen con un príncipe. Hasta yo querría y como diría mi abuela ¡Eso sí que es un chollo!

viernes, 2 de mayo de 2014

Al rescate de las autopistas

Hace muchos meses que en mi casa reina la paz y la armonía. La Señora Crisis apenas nos perturba, y la llevamos, como la mayoría de las familias, con resignación. Nos hemos acostumbrado a, como dice papá, “apretarnos el cinturón”. Intentamos gastar lo mínimo posible ya que las circunstancias no nos permiten otra cosa. Ahorrar, se ha convertido en nuestro objetivo primordial.

Con todo esto, nos sentimos felices y afortunados con lo que tenemos. Damos gracias por no estar en una situación delicada como, por desgracia, lo está la gran parte de la gente que conocemos. Amigos de mis padres que se han quedado sin trabajo, que apenas consiguen pagar su casa y a los que les cuesta mucho llegar a final de mes.

Por eso mis padres siempre intentan ayudar en todo lo que pueden, a pesar de nuestras escasas posibilidades. Aunque a veces, esto signifique tener que prescindir de algunas cosas, que al fin y al cabo, tampoco nos hacen tanta falta. Tan mentalizada estoy de todo esto que cuando vamos a comprar ya no pido nada que no necesite. Porque sé que mis padres hacen un enorme esfuerzo para que a mi hermano y a mí no nos falte de nada.

Quizás por eso, cuando este mediodía escuché unas sonoras carcajadas que provenían del salón, pensé “por fin, una buena noticia” Sin pensarlo, salí disparada de la cocina, donde estaba ayudando a mi mamá con la comida, para saber qué pasaba. Al llegar, vi a mi papá partiéndose de risa en el sofá mientras no dejaba de señalar al televisor. Fue algo curioso, porque estaba viendo las noticias, y normalmente, estas le ponían de muy mal humor y nunca le hacían ni pizca de gracia.

-¿Qué ocurre papi? ¿Por qué te ríes tanto? -pregunté intrigada.

-Ay María, es que acaban de contar una noticia buenísima -contestó entre risas.

-¡Que bien! Por fin buenas noticias. Y de qué se trata ¿se acabó la crisis? -seguí preguntando.

-Mira eso sí que sería un notición. Pero no, cariño, lo que acaban de decir en las noticias es para salir a la calle y no dejar de gritar en un mes -me dijo dejando de reírse para ponerse muy serio.

-No le digas esas cosas a la niña que la vas a asustar, por dios. Acabará por pensar que te has vuelto loco -habló mamá desde la cocina.

-Es que eso mismo nos vamos a volver todos, locos. Además María es una chica lista y debe saber en qué mundo vive -le contestó.

-Pues explícamelo papá porque no entiendo nada -le dije.

Me contó que las carcajadas no eran por una noticia agradable, más bien al contrario. Eran risas de frustración o lo que comúnmente llaman los mayores “reír por no llorar”. Al parecer, en la televisión acababan de decir que el gobierno, ese mismo que recorta en educación, en sanidad, que permite la subida de los alimentos de primera necesidad, que abarata los despidos, que asfixia a los trabajadores reduciendo sus derechos a la mínima expresión, que sube los impuestos, que permite los desahucios…ese mismo gobierno que dice no tener dinero para invertir en salvar a las familias, que no busca soluciones al elevado desempleo que azota a nuestro país, pues ese gobierno, ha decidido que lo más urgente en este momento es salvar las autopistas, y para ello destinará una cantidad escandalosa de dinero.

-No entiendo papi ¿las autopistas? -pregunté sorprendida.

-Sí nena, las autopistas. Esas por donde circulan los coches para ir de ciudad en ciudad y que son de pago, para más recochinéo. Pues tienen problemas económicos y por eso nuestros queridos gobernantes han decidido rescatarlas para que puedan seguir sangrando al ciudadano de a pie -me explicó mi papá.

-Pero hay algo que no comprendo, si las carreteras se construyen con los impuestos de todos ¿Por qué nos cobran por circular por ellas? -interrogué.

-Esa es una buena pregunta hija. Supuestamente son carreteras mejor construidas y con menos accidentes y por eso la inversión es mayor, así que ponen peajes para cobrar a los conductores por usarlas. Pero debido a la crisis la gente las usa menos y ahora deben dinero, así que el gobierno ha decidido pagar parte de sus deudas para que puedan seguir funcionando -me contó.

-¿Y porqué no rescatan a las familias que se quedan sin casa? -pregunté extrañada.

-Porqué eso no es rentable cariño y no supone beneficios para el gobierno. Sé que es difícil de comprender, créeme que yo tampoco lo entiendo -me contestó con resignación.

A pesar de la explicación que me dio mi papá, hay cosas que se escapan a mi compresión. Creo que lo normal es que todas las carreteras se construyesen para proteger a los conductores que circulan por ellas y no solo hacerlo con algunas. La seguridad debería ser siempre lo primero, y cobrar por tenerla, me parece de lo más injusto. Además, considero que nuestros políticos deberían preocuparse más por rescatar a las familias y por crear empleo que por rescatar autopistas.

Cada vez entiendo menos el mundo de los adultos, mientras unos luchan cada día por salir adelante, otros viven de las ayudas del gobierno y no importa cuál sea la deuda que tienen, siempre los rescatarán. Porque al final lo importante no son las personas, son las empresas y eso es algo que nunca entenderé.

miércoles, 2 de abril de 2014

Llegó la primavera...¿seguro?

Después de varias semanas de lluvias intensas, por fin, salía el sol. Supongo que era el anuncio de que la primavera estaba a la vuelta de la esquina. Todos nos sentíamos más contentos disfrutando de aquellos primeros rayos de nuestro astro rey, que nos daba calor y cargaba de energía. Parecía que la lluvia se había rendido y con un poco de suerte no volveríamos a verla en mucho tiempo. Pero como siempre, me equivocaba.

Dos días después de que la primavera hiciese su entrada oficial, de que los paragüas, chubasqueros y botas fuesen arrinconados en el fondo del armario, aparecieron unas nubes grises e inquietantes que volvían a invadir el cielo. Casi sin darnos cuenta, la lluvia volvió hacer acto de presencia y encima venía acompañada de frío y viento. Aquello parecía cualquier cosa, menos primavera.

Fue por este motivo que la señorita Paula, nuestra profesora, nos explicó que estos cambios en las estaciones no eran debidos a que el tiempo se había vuelto loco, como solían decir mis abuelos. El problema es algo más preocupante, ya que estamos inmersos en un fenómeno que se conoce como cambio climático.

-¿Alguno de vosotros sabría decirme que es el cambio climático? -nos preguntó la maestra.

-El cambio de las estaciones: otoño, invierno, primavera y verano -contestó uno desde el fondo de la clase.

-Bueno, es cierto que cada estación tiene un clima distinto pero no es eso -respondió la señorita Paula con una sonrisa.

-No sé si es cierto o no, pero mi papá dice que es otro recorte del gobierno que ahora pretende recortarnos el sol -dije yo, no muy convencida.

-Pues mira María, no sería algo que me sorprendiese mucho. Aunque creo que esta vez no es un recorte -me dijo la profe entre risas.

-Creo que tiene algo que ver con el calentamiento global -habló, de pronto Lucas, muy serio.

-Muy bien, eso ya es más acertado -dijo la profe muy contenta-. Como veo que estáis un poco perdidos en este tema, dedicaremos esta semana a estudiarlo y a buscar soluciones de cómo mejorar sus efectos adversos.

Entonces nos mandó ponernos en grupos de tres, para que buscásemos información y preparásemos un trabajo para presentar a finales de semana. Por supuesto Clara, mi mejor amiga, y yo, nos pusimos juntas. La sorpresa llegó cuando el tercero de nuestro grupo resultó ser Lucas. En ese momento sentí que mi corazón se aceleraba. Imaginarme las tardes estudiando con él era algo que me encantaba. Lo malo era Clara. A ella no le gustaba nada y siempre se mostraba reacia a que estuviésemos con él.

-Vaya por dios, nos ha tocado el pesadito -dijo Clara con ironía.

-No sé porqué te cae tan mal, es un buen estudiante y nos ayudará a hacer un buen trabajo. Seguro que quedaremos de los primeros -le repliqué.

-Claro, claro, como a ti te gusta y sabes que estará tontito contigo, por eso te parece fenomenal. Pues sabes que te digo, que si os estorbo os dejo solitos en plan tortolitos -me contestó molesta.

-Por favor Clara, no seas así. Es cierto que me gusta pero podías intentar llevarte bien con él. Estoy segura de que si le dieses una oportunidad verías que es un buen chico -le dije con ojos suplicantes intentado convencerla.

-Está bien, lo haré por ti. Pero que sepas que a la mínima tontería que me diga os dejó plantados -habló muy seria.

Al final, la semana transcurrió sin incidentes. Fueron estupendos los días con Lucas, lo pasamos muy bien y creo que Clara y él empezaron a llevarse mejor. Hicimos un buen trabajo, aprendimos muchas cosas que no sabíamos y hubo momentos en los que sentimos pena por lo inhumanos que podíamos llegar a ser con nuestro planeta.

Descubrimos que el hombre, en vez de proteger a la Tierra, la contamina. Somos los mayores culpables del calentamiento global, porque expulsamos gases tóxicos a nuestra atmósfera creando así el llamado “efecto invernadero”. Esto unido a la quema de bosques y la destrucción de los árboles, que son el pulmón de nuestro planeta, provoca un empeoramiento en nuestra calidad de vida. La subida de temperaturas daña a las plantas, animales y a las personas. En algunos lugares la tierra se está secando, los glaciares se derriten y hay más inundaciones. Nosotros tenemos en nuestra mano detener esto, o al menos mitigarlo. 

Fue así como en nuestro colegio iniciamos una campaña de concienciación para que la gente tomase medidas para ayudar a conservar nuestro planeta. Algunas de las soluciones serían la utilización de energías alternativas que no contaminan, como la energía solar. Reciclar materiales como el papel, que impediría la destrucción de más árboles, también el vidrio y el plástico. Pequeños gestos que nos ayudarían a la conservación de la tierra y tampoco cuestan tanto.

Por eso el sábado por la mañana, quedamos toda la clase en uno de los descampados de la ciudad. La señorita Paula pidió permiso para que pudiésemos plantar diez árboles en aquella zona. Nos encargaríamos entre todos de cuidarlos y sería nuestra aportación para cuidar el medio ambiente. Estábamos muy contentos con la idea, al fin y al cabo éramos los herederos del planeta y en nuestras manos estaba su futuro.

domingo, 9 de febrero de 2014

El diluvio universal

Este fin de semana nos fuimos al pueblo a visitar a los abuelos. Hacía algún tiempo que no pasábamos unos días con ellos. Aunque hablamos por teléfono todas las semanas para saber cómo están, a mí no me parece suficiente y la verdad es que les echo mucho de menos. Sobre todo los abrazos de oso del abuelo, el pan recién hecho de la abuela, el maravilloso paisaje de la granja e incluso el poder ayudar a acomodar a los animales. Por eso, cuando papá propuso ir a verlos, todos aceptamos encantados.

Llegamos el sábado por la mañana y el abuelo ya estaba esperándonos en la entrada. Salí corriendo del coche para saludarlo y acurrucarme en su pecho. Allí, protegida por sus brazos y abrigada por su calor, era donde más segura me sentía, y sin duda, uno de mis sitios preferidos.

-Yo también te echaba de menos mi pequeña -me susurró al oído.

-Venga, vamos, entrad en casa que os váis a mojar. Solo faltaba que os pusierais enfermos -dijo la abuela desde la puerta, apurándonos para que entrásemos.

-¡Hola abuelita! -grité al tiempo que me acercaba para besarla.

Una vez dentro de la casa, nos fuimos al salón para calentarnos al lado de la chimenea. Mamá nos mandó a mi hermano Pedro y a mí que nos quitásemos las chaquetas y las botas para que no nos enfriásemos. Aunque fuera de la granja hacía mucho frío y llovía sin parar, allí dentro se estaba muy bien. Mientras nos poníamos cómodos, apareció la abuela con un chocolate caliente y galletas. ¡Qué bien olía! ¡Y qué buenísimo estaba! 

Mientras saboreaba el chocolate, pensaba que todo era perfecto, bueno, todo menos la lluvia. Probablemente tendríamos que pasar el fin de semana en el interior de la casa sin poder salir, ya que todo estaba embarrado por las intensas lluvias de los últimos días. Y yo pensando que tal vez allí, en la granja, no llovería, que al estar en la montaña, saldría el sol…pero me equivocaba.

En la ciudad llevábamos muchos días en los que no paraba de llover. Tantos, que ya no recuerdo cuando fue la última vez que salió el sol. Es más, empezaba a dudar de su existencia. A veces daba la sensación como si hubiese una cañería rota en el cielo y no fuesen capaces de arreglarla. Hasta hubo un día que estuve tentada a decirle a mi papá si conocía algún fontanero bueno para mandarlo allá arriba, aunque seguro que se hubiese reído de mí, así que mejor me lo guardé y no comenté nada. Incluso llegué a pensar que a lo mejor la Señora Crisis tenía algo que ver, porque con tantos recortes que sufríamos, no me extrañaría nada que también quisieran recortarnos el sol.

Aunque lo peor de esta situación, la vivíamos en el colegio. Debido a este tiempo no teníamos recreo, bueno, tener lo teníamos, pero en el polideportivo o en la clase ya que no podíamos salir al patio porque siempre estaba mojado. Claro que la que estaba encantada era la señorita Paula, nuestra profesora, porque así aprovechábamos para repasar y hacer los deberes. A pesar de que intentamos protestar, todo fue inútil, ella nos convencía diciéndonos que así adelantábamos trabajo. No entiendo por qué tanta prisa por adelantar materia, total el curso no iba a terminar antes. Era curioso, que con tantos recortes en educación y esa era una de las pocas cosas que no se recortaban.

Por eso venir estos días al pueblo era una forma de despejarnos, a pesar de que la lluvia no nos daba tregua y seguía acompañándonos. Parecía como si las nubes hubiesen decidido venirse con nosotros de fin de semana.

-Esto es horroroso, no deja de llover, esto ya parece el diluvio universal -comentó la abuela muy seria.

-¿El diluvio universal? ¿Y eso qué es? -pregunté intrigada.

-¿Cómo es posible que no sepas lo que es? ¿Pero qué os enseñan en la escuela? -dijo muy sorprendida.

-Pues nos enseñan matemáticas, lengua, geografía, historia, etc. Pero de diluvios aún no dimos nada, ni siquiera sé que asignatura es. A lo mejor nos toca en la ESO, pero en primaria ya te digo yo que no -respondí muy formal.

Automáticamente las carcajadas inundaron el salón. No entendía qué había dicho de gracioso, pero hacía tiempo que eso ya no me molestaba. Sabía que los mayores son así y seguro que habría una explicación lógica a todo aquello. Después de unos minutos de risas, el abuelo se acercó a mí y fue él quien me desveló el misterio.

Me contó que era una historia de la Biblia, donde se relata que Dios viendo la maldad en el hombre, decidió enmendarla destruyéndolos. Fue así que le pidió a Noé, un sumo sacerdote, bueno y justo, que construyese un arca. En ella irían él, su esposa, sus hijos y las esposas de estos. Además de una pareja de animales de cada especie para repoblar la tierra. Una vez estuvo construida el arca, Dios abrió las nubes y llovió durante cuarenta días y cuarenta noches destruyendo todo lo que encontraba. Pasado este tiempo dejó de llover y pudieron salir del arca.

-Que historia más triste abuelo -hablé apenada.

-Bueno María, no es más que una leyenda y la razón por la que cuando llueve mucho se dice que parece el diluvio universal -me explicó.

-Pues ahora llevábamos muchos más días lloviendo sin parar ¿acaso viene otro diluvio? -pregunté preocupada.

-No cariño, tan solo es agua. Tranquila que parará muy pronto -me contestó el abuelo con una sonrisa.

De todas formas me pareció un relato cruel. Quizás los hombres no seamos todo lo buenos que deberíamos y muchas veces somos malos e injustos con nuestros semejantes, pero de ahí a destruirnos con un diluvio, me parece terrible. A pesar de todo, no me importaba lo que lloviese, estando en la granja rodeada de mi familia, estaba segura de que nada malo podría pasarme. Al final fue un fin de semana estupendo y ninguna lluvia logró estropearlo.

lunes, 6 de enero de 2014

Día de Reyes, fin de las Navidades

De todos los días de las navidades, sin duda, el día de Reyes es el mejor. A pesar de que esto significa que las vacaciones se acaban y que pronto comienza el cole de nuevo, este sigue siendo mi día favorito de estas fiestas. Que conste que no solo lo digo por los regalos, que también, sino sobre todo porque me gusta después de un año esperando, volver a comer la rosca de reyes, umm mi postre preferido.

Aunque no entiendo porqué solo la podemos comer este día, con lo fantástico que sería poder comerla cuando te apeteciese. Pero bueno, lo importante es que esta mañana mi papá y yo fuimos a la pastelería para comprar una bien grande. Cuando llegamos, nos encontramos con Hugo y su perrito Iker que esperaban su turno para comprar la suya. Nos saludamos y mientras mi padre y él hablaban yo me agaché para acariciar al animalito, al tiempo que comencé a recordar lo fantásticas que fueron aquellas navidades.

A raíz de la publicación del cuento, “Los misteriosos sueños de Hugo” de Silvia, la mamá de Hugo, nuestras familias se unieron un poco más. Durante las tres semanas de vacaciones de navidad, les ayudé con la promoción de su libro. Primero diciéndoles a mis amigos que no olvidaran incluirlo en su carta a los Reyes Magos, porque como bien decía Silvia, era importante leer para poder viajar a mundos mágicos como el de los Ñukys. También visitamos las librerías de la ciudad para enseñarles el cuento y que lo incluyeran entre sus libros. Todos fueron muy amables con nosotros y poco a poco el cuento de Silvia va haciéndose un hueco en el mundo literario.

Fue por eso que mis padres decidieron invitarlos para pasar las fiestas con nosotros. A mí me encantó la idea, además también vinieron los abuelos y unos primos de Hugo, entre ellos, Sandra con su hijo Cosme de tres años y con el que nos lo pasamos genial. Nos sentíamos una gran familia y eso era estupendo.

El día de Nochebuena cenamos todos en mi casa. Durante la tarde ayudé a mamá con los preparativos de la cena. Sinceramente creo que nos pasamos con tanta comida y, como siempre, terminó sobrando, pero mamá decía que era mejor que sobrase a que faltase. Así que nos pasamos horas cocinando platos riquísimos que luego saboreamos entre risas.

Aunque lo más divertido sucedió cuando mi papá nos dijo que Papa Noel había llegado y dejó unos regalitos para nosotros, debajo del árbol de navidad. Nada más oírle, Cosme, el primito de Hugo, corrió a esconderse detrás de su madre y era incapaz de acercarse al salón para comprobar qué le había traído. Todos nos pusimos a reír a carcajadas ante el temor del pequeño, mientras Silvia intentaba tranquilizarle y le animaba a que fuese a buscar su regalo. Pero no había forma de convencerle, hasta Iker, al ver el miedo del niño, metió su rabito entre las piernas y se puso detrás de su amo, por si acaso.

Ya que no había manera de animarle a buscar su regalo, decidimos ir todos con él al salón. Al llegar descubrimos que debajo del arbolito había unos cuantos paquetes envueltos con un papel muy brillante. Cada uno llevaba una tarjetita con un nombre. Había uno para mí, otro para Hugo, otro para mi hermano Pedro, otro para Cosme y lo más sorprendente fue que había uno para Iker.

Nada más verlos, nos abalanzamos sobre ellos para abrirlos. A mi hermano le dejó una chaqueta, a Hugo un polar y a mí una bufanda con los guantes a juego. Todos estábamos muy contentos con nuestros regalos y mientras nos los probábamos, Cosme nos observaba incapaz de abrir el suyo, así que se lo acerqué y le ayudé a abrirlo. Era una diana de colores con pelotitas de velcro chulísima. El niño se puso muy contento y mi papá la montó y se la colgó para que pudiese probarla. Ya no hubo quién lo moviera de allí en toda la noche.

Con la emoción de Cosme, nos habíamos olvidado del regalo del Iker. Este estaba sentado al lado de su obsequio esperando que alguien se lo abriese. Así que fue mi hermano el que rompió el papel para ver lo que escondía el paquetito, ante la atenta mirada del perrito que se había puesto en pie moviendo su rabito sin parar. Era una pelota de colores con un cascabel dentro, y nada más verla, comenzó a mordisquearla y a ladrarle sin parar, lo que provocó las carcajadas de todos.

Fue una noche fantástica y en la que disfrutamos mucho. Prometimos que el año próximo volveríamos a hacerla todos juntos ya que nos sentíamos una gran familia.

-María, vamos que ya nos toca -dijo mi papá despertándome de mis recuerdos navideños.

-Ah, sí, ya voy -contesté levantándome y entrando en la pastelería.

Mientras comprábamos la rosca de reyes, volví a pensar en lo bonitas e inesperadas que fueron estas navidades y, que a veces, no necesitamos tener lazos familiares para sentir a los demás como parte de los tuyos. Para nosotros nuestros vecinos eran mucho más que eso y nos hizo muy felices compartir unas fechas tan entrañables con ellos. Al fin y al cabo lo importante de la navidad era poder compartir lo que tienes con la gente que quieres. Y, justo eso, fue lo que hicimos.